Para seguir leyendo: España otros países
Camino hacia él confiada por esa familiaridad adquirida a través de los años contemplándole en la pantalla. Es el actor, pero yo me siento atraída por David, su personaje, cuya vida y personalidad conozco como si fuese un viejo amigo. El magnetismo que emana hace que me sienta cautivada y seducida desde el primer momento, nos miramos a los ojos mientras nos vamos acercando. Nuestras bocas sonríen, pero nuestros ojos se desafían, es como si estuviésemos midiendo nuestras fuerzas en la distancia, intentando averiguar cuál de los dos se rendirá antes.
Parece
como si jugásemos, un juego que se intuye voluptuoso y que ambos estamos intentando
dilatar para saborear la expectación del momento. Ralentizamos el paso deleitándonos
en los últimos metros que nos separan, la tensión se hace latente y el ardor
que empezó en mi estómago se va extendiendo a todo mi cuerpo, noto que a él le
pasa lo mismo y eso hace que me estremezca.
Llegamos
a la misma altura, nuestras miradas siguen jugando y, en ese momento, una
ligera brisa mueve mi cabello y también el suyo, haciendo llegar hasta mí el
aroma de su perfume (todo muy novelesco, que por algo es un sueño). Entrecierro
los ojos y respiro profundamente dejándome invadir por su fragancia, mi
agitación crece, pero a pesar de ello decido resistirme a su hechizo y pasar
sin detenerme.
Nuestros brazos se rozan sin que lo pueda
evitar y ambos nos paramos por un momento, uno al lado del otro, pero en sentidos
opuestos, nuestras manos se acarician tímidamente, y cuando nuestros dedos
están a punto de perder el contacto, siento que los suyos me entrelazan firmemente.
Noto que tira de mí haciéndome perder el equilibrio y, cuando creo que voy a
caer, sus brazos me rodean para evitarlo, parece un complicado paso de baile que
me permite ver mi pie levantado por encima de mi cabeza.
Es una situación casi cómica —pienso
actuando de espectador desde mi subconsciente durmiente—, creo
que pronto escucharé una voz en off y
la imagen se volverá en blanco y negro; pero ni la imagen cambia de color, ni él
emite sonido alguno, sólo me mira. Me mira fijamente mientras me sujeta con
fuerza, sin dejarme caer, pero sin permitir que me incorpore tampoco.
Me sigue desafiando con su mirada que ahora
es un tanto maliciosa y dominante, intento rebelarme e incorporarme, pero él me
lo impide asiéndome con más fuerza mientras me sonríe traviesamente.
—Suéltame —ordeno.
—¿Estás
segura? —pregunta
burlón.
—Sí, —contesto
desafiándolo con la mirada—. No!!! —grito al notar que afloja los
brazos dispuesto a dejarme caer.
—¿En qué quedamos? —Pregunta
divertido, ayudándome a incorporarme.
—¿Tenemos que quedar en algo? —le
reto recuperando el equilibrio, manteniéndole la mirada que ahora está casi a
mi altura.
—Me
encantaría, llevo mucho tiempo esperándolo.
—¿Sí? —Pregunto
intentando transmitir sorpresa, aunque soy consciente que el tono pícaro de mi
voz me delata.
—Sí —Responde
él confiado, levantando mi barbilla para obligarme a mirarlo porque mis ojos
han bajado hasta su boca, adivinando que pronto me perderé en ella.
Le
cojo por los brazos para cambiar nuestras posiciones y salvar la diferencia de
estatura aprovechando el desnivel del suelo. Me mira sorprendido y burlón a la
vez, creo que ha entendido que no me gusta ser dominada y eso lo provoca.
Le sonrío
sabiendo lo que está a punto de suceder, invitándole a seguir adelante, yo
también parezco llevar mucho tiempo esperándolo, así que apenas pasan unos
segundos y nuestros labios se enzarzan en un duelo ardiente, desafiándose mutuamente
como antes lo hicimos con la mirada, intentando ganar posiciones e imponer
nuestro propio ritmo a través de nuestras lenguas.
Me
empuja contra una de las palmeras y aprisiona mi cuerpo con el suyo, noto la
dureza de su erección que presiona a través del pantalón, enredo mis dedos en
sus cabellos y lo atraigo con urgencia hasta mi boca otra vez. Él consigue
separarse y empieza a mordisquear mi oreja con sus labios, siento su
respiración agitada y su aliento ardiente, consiguiendo que también yo me
estremezca hasta la médula. Sigue bajando por el cuello y se detiene al llegar
al nacimiento del hombro, donde mi camisa le impide seguir avanzando.
Abro los
ojos sin entender por qué se para, él me está mirando como si pidiese mi
aprobación, recorre con su uña el límite del cuello de mi camisa, desciende por
el escote hasta llegar al primer botón. Me sigue taladrando con su mirada
cargada de deseo y yo asiento con la cabeza, desabrocha uno y después otro, y
otro, y así hasta acabar. Aparta la ropa y hunde su cabeza entre mis pechos,
besando suavemente la piel que sobresale del sujetador.
Sus dedos ávidos
intentan liberarme a la vez de la ropa interior y la camisa, tirando de ellos
hacia abajo. Al hacerlo noto la aspereza del tronco en el que ahora descansa mi
piel desnuda.
—No —me quejo mientras mis manos
lo apartan.
—¿No? —pregunta mirándome
desconcertado, pensando que tal vez me estoy resistiendo a sus caricias.
—No, aquí no —aclaro traviesa apartándome
del tronco y devolviendo mi camisa a los hombros otra vez.
Me coge de la
mano aliviado y tira de mí a través del frondoso follaje, una zarza roza mi
pecho medio desnudo y algunas espinas traicioneras consiguen arañar la delicada
piel, haciendo brotar pequeñas gotas de sangre; siento el quemazón, pero no es
doloroso, sólo consigue avivar aún más el ardor que me quema por dentro.
Llegamos a una arboleda de
algo que parecen cerezos en flor, como si hubiésemos sido transportados a un
jardín japonés.
—¿Aquí sí? —pregunta con la respiración
entrecortada, no sé si por la carrera o por la pasión contenida.
—Sí, aquí sí —respondo acercándome a él
insinuante.
—¿Qué te ha pasado?, pregunta
hipnotizado, paseando suavemente los dedos por mi pecho lacerado.
—Una zarza imagino —respondo sin darle
importancia, deseando que él me vuelva a besar con la misma pasión de momentos
antes, notar otra vez su virilidad henchida presionando contra mí, despojarlo
de la ropa que lo atenaza y sentirlo libre junto a mi cuerpo.
Pero
él sólo tiene ojos para mis pechos y los mira fascinado, sustituye sus dedos
por los labios primero y la lengua después, empezando a recorrer las pequeñas
gotas de sangre sin que yo pueda evitarlo. El leve escozor que me produce el
contacto de su lengua incrementa el placer hasta hacerse casi insoportable.
Siento necesidad de besarlo y tiro de su cabello para levantar su cabeza y
poder llegar a sus labios.
Oigo
un quejido que más parece un gruñido animal escaparse de su garganta, no sé si
porque lo he apartado de su presa o porque empieza a ver otra; sus ojos están
encendidos, transmiten una pasión casi salvaje. Hunde su boca en la mía con
fuerza y noto un ligero sabor metálico, es mi propia sangre que impregna su
lengua que ahora se enreda en la mía.
Siento como mis
instintos más primarios se despiertan también, perdiendo el mínimo de cordura
que aún conservaba, parecemos dos animales en celo carentes de raciocinio. En
esos momentos empiezan a caer las hojas de las flores de los cerezos, como si
éstos quisiesen protegernos con una cortina de miradas indiscretas. Es un
momento idílico, de película romántica y yo… me despierto.