Según
nuestro refranero, donde hay pelo hay alegría. Sin embargo, esto es muy
discutible hoy día, ya que ni ellos ni nosotras estamos de acuerdo y, por descontado,
las casas de láser son totalmente contrarias a esta teoría.
El
pelo en la cabeza, y cuanto más, mejor, ya que es un signo de belleza y salud.
Por norma general un poco de vello en el pecho (de él, claro) es agradable,
¿quién no se ha quedado dormida alguna vez mientras aspiraba el olor que
impregnaba su torso, y sus ricitos, mientras enredábamos nuestros dedos
extasiadas después de hacer el amor?
Actualmente;
por moda, por comodidad, o simples preferencias estéticas, el vello no tiene muchos
adeptos, de tal manera que ver a los brazos “peludos” de un hombre suele causar
cierto rechazo. Ni que decir tiene que el vello en la espalda, o allí donde la
misma pierde su casto nombre, puede resultar incluso repugnante.
No
nos engañemos, nos hemos habituado a ir depiladas, y no hacerlo se considera
una falta de higiene, así que empezamos a exigir lo mismo: yo me “pelo”, tú te
“pelas.
Últimamente
(no sé si os habéis fijado) por el vestuario del gimnasio desfilan pubis de
todo tipo: totalmente depilados, en forma de pequeño triángulo, una fina rayita
y múltiples filigranas dignas de artistas. Los hay de todo tipo y colores,
incluso quien luce sin reparo sus melenas, que “haberlas haylas” y, al final
son las que más llaman la atención.
¿Y
los hombres, se rasuran los hombres los genitales? Pues claro que sí, lo hacen
por dos razones básicas, porque así su pene parece de mayor tamaño y, sobre
todo, porque nosotras se lo pedimos. Que no es lo mismo tener en la boca un
falo rasurado, que la boca llena de pelitos.
Si aún no lo has probado y no sabes cómo
introducir el tema, sigue leyendo el relato erótico y, sobre todo…. compártelo
con tu pareja.
... Mini relato erótico....
Abrió los ojos sorprendida cuando lo vio
aparecer en la sala con una toalla al hombro.
–Cariño, he cambiado la cuchilla –dijo con una sonrisa traviesa,
mientras levantaba la mano donde blandía la maquinilla de afeitar.
–¿Qué
piensas hacer? –preguntó ella totalmente azorada, consciente de que se había
empezado a sonrojar.
–Rasurarte, me muero por hacerlo desde que hablamos de ello –respondió
él mientras colocaba los útiles que portaba en la mesita.
–Pero… –quiso protestar ella, viendo cómo extendía la toalla sobre el
sofá.
–No
hay peros que valgan, confía en mí–respondió él divertido, advirtiendo que el
color de sus mejillas se acentuaba por momentos.
La
besó para evitar que volviese a protestar, sabiendo que era la mejor manera de
calmarla. Paseó los dedos por su cuello mientras la miraba fijamente, notando
como se le erizaba la piel bajo su tacto. Siguió bajando lentamente hasta su
escote y empezó a desabrochar los botones de la blusa, deslizando después la
manga por uno de sus brazos, observando su hombro desnudo, sin poderse resistir
a recorrerlo con sus dedos mientras la miraba.
Repitió el mismo acto con el otro, como si fuese un ritual, y atraído
una vez más por su cuello desnudo, posó sus labios en él y empezó a descender
lentamente hacia su clavícula, mordisqueando suavemente con sus dientes, sin
llegar a presionar. Notó que ella se estremecía y apreció sus pezones erectos
debajo de la fina tela del sujetador, la liberó de esa pieza dejando que cayese
al suelo.
Recorrió sus senos rozándolos apenas con las puntas de sus dedos,
mirándola fijamente a las pupilas donde veía crecer el deseo. Siguió
deslizándose por su estómago, viendo como ella cerraba los ojos para
concentrarse en su caricia y, arrodillándose ante ella, desabrochó su pantalón
hundiendo la cara en su abdomen, aspirando su olor mientras paseaba los labios
por su piel, sintiendo los dedos de ella que acariciaban su cabello atrayéndolo
hacia ella. Dejó que los pantalones resbalasen por sus piernas y la atrajo por
las caderas para recorrer su vientre con la lengua, notando la presión de las
manos de ella sobre su cabeza invitándolo a seguir.
Colocó un dedo a cada lado de las braguitas para hacerlas descender, y
rodeándole los glúteos con las manos los empujó hacia él para acercarse a su
pubis y dejar que sus labios lo rozasen. Volvió a ascender para buscar sus
labios, empezando a desabotonarse la camisa mientras la besaba, y ella acabó de
quitársela para poder sentir el contacto de su pecho sobre el suyo propio.
Laura le desabrochó el pantalón y descendió para bajárselos junto con el slip,
mientras empezaba a pasear los labios por su piel; le gustaba estar cerca de su
miembro y notar como éste empezaba a hincharse, hasta erguirse por completo
respondiendo a sus estímulos. Sin embargo, él la tomó de los brazos y la ayudó
a ascender nuevamente, tendiéndola sobre el sofá y liberándola de la ropa que
se arremolinaba a sus pies.
Pasó
sus dedos por la boca de ella que lo miraba expectante, los recorrió después
con los labios sin dejar que ella se fundiera en el beso apasionado que
esperaba.
–Chisss…
no te muevas –ordenó.
Por
toda respuesta ella emitió un sonido gutural de complacencia. Siguió
deslizándose a lo largo de su cuerpo, dejando que sus labios rodasen por sus
pechos, parándose en los pezones, rozándolos apenas en una suave caricia, para
seguir descendiendo hasta llegar al pubis; donde se entretuvo mientras con los
dedos acariciaba la parte interna de los muslos.
Separó suavemente sus rodillas para dejar descubiertos sus genitales,
los recorrió con un dedo mientras la miraba con una sonrisa cargada de
complicidad. Humedeció una mano en el recipiente de agua, dejando que el
líquido resbalase después por las puntas de sus dedos, observando como las
gotas caían lentamente sobre su pubis. Notó como la piel se le erizaba al sentir el
contacto del líquido y levantó los ojos; pero no encontró disgusto en su
mirada, sino el asentimiento que se confirmó cuando ella se acomodó sobre su
espalda separando totalmente las rodillas para exponer sin reservas sus zonas
más íntimas.
Alentado
por su invitación empezó a rociarla con la crema de afeitado, extendiéndola
después con sus dedos, sintiendo como se estremecía con cada uno de sus
movimientos. Empezó a pasar la cuchilla de manera suave y precisa, consciente
de lo delicado que resultaba, intentando no perder el pulso, conseguir no
alterarse con la visión de sus genitales totalmente desnudos, liberados de la
barrera que antes los cubría con un tapiz de vello.
Una
vez estuvo seguro de que estaba totalmente rasurada, volvió a rociarla con agua
para eliminar posibles restos de jabón, secándola después con sumo cuidado.
Pasó un dedo lentamente, apreciando la piel suave y delicada, recorriendo cada
uno de sus relieves, mirando todos los detalles que ahora apreciaba en su total
desnudez. La coloración de sus labios mayores, un poco más oscuros que el resto
de su piel; los labios menores, ligeramente rosados, culminados por la capucha
del clítoris, totalmente hinchado.
Siguió con su análisis, consciente de la hipersensibilidad de la zona,
ahora desprovista de cualquier protección, y que el roce de sus dedos ahora
incrementaba la intensidad de las caricias que ella recibía. Lo advertía en su
respiración acelerada y en el suave jadeo que se escapaba de su garganta,
confirmándolo la humedad que se abría paso a través de la apertura de su
vagina, indicándole que estaba totalmente excitada, haciendo que su propia
excitación se incrementase también.
Reprimió su deseo de seguir observando los recientes descubrimientos,
para ceder a la necesidad de probarlo con su lengua también, sabiendo que para
ella sería mucho más placentero. Descubrió lo agradable que resultaba acariciar
su piel lisa y tersa, dejar deslizar su lengua sin ningún tipo de obstáculo;
reconstruir a través del tacto las imágenes que tenía grabadas en la mente de
sus genitales totalmente rasurados, consiguiendo sobreexcitarlo y notar que su
pene, totalmente erecto, palpitase desenfrenado exigiendo empezar a explorar él
también.
Ascendió lentamente hasta colocarse encima de ella, que le devolvió la
mirada cargada de deseo, le acarició el cuello con sus labios, dejando que su
falo advirtiese la calidez de su piel, ahora lampiña, mientras se frotaba contra ella,
resistiéndose al deseo de penetrarla para seguir disfrutando de ese contacto.
Notó
como ella buscaba sus labios para besarlo, percibiendo también la necesidad que
le transmitía a través de su boca y no lo dudó más. Sintió sus piernas
rodeándole los glúteos atrayéndolo hacia ella, su pelvis empujando contra él,
incrementando poco a poco la frecuencia de sus movimientos, propagándole su
urgencia hasta traspasarlo a él también. Se acopló al ritmo que ella marcaba,
abandonándose al compás del masaje de sus membranas que lo envainaban, hasta
que dejó de retenerse al notar sus contracciones confundiéndose con sus propios
espasmos.
Sentía el contacto de sus dedos recorrer su espalda, el leve
estremecimiento que producía su caricia en su cuerpo relajado, sus piernas aún
entrelazadas. Se incorporó para liberarla de su peso mientras se tendía junto a
su espalda, acoplándose a su cuerpo mientras la abrazaba.
–¡Oh!, cariño, tendríamos que haber probado esto antes –le susurró al
oído mientras volvía a recorrer su pubis con la yema de los dedos.
–Tienes razón –contestó Laura extasiada–, pero ahora que ya lo sabemos
podemos probarlo contigo, no te imaginas lo placentero que resulta –propuso
mientras se acariciaba también, gratamente sorprendida por el aumento de
sensibilidad que la piel de esta zona había experimentado al verse liberada del
vello.
–Ummm, estoy deseando ponerme en tus manos –contestó entusiasmado,
notando un agradable cosquilleo en su pene que, empezaba a despertarse otra vez
ante la dulce perspectiva.
Resumen de un relato de "Estel, amor y miseria", Leer un capítulo