Muchas veces miramos con admiración a los
acróbatas, giramos la cabeza para ver mejor las imágenes que creemos imposibles
para nosotros y, no nos engañemos, la gran mayoría piensa en qué tipo de
posturas sexuales son capaces de realizar.
La flexibilidad es muy importante a la hora de
movernos, pero muchas veces, lo que más nos limita es la falta de imaginación.
Permite que tu pasión se desate y deja que tu cuerpo se exprese como desee,
seguro que te sorprenderás.
Resumen adaptado de la novela "Carmín, el lado oculto”
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Relato erótico
Buscó mi cuello y lo besó con delicadeza, sabiendo que esa caricia
conseguiría estremecerme y erizarme toda la piel, no importaba cuántas veces lo
hiciese, en este caso era una rutina maravillosa de la que nunca me cansaba.
—No entiendo cómo puedes tener la piel tan sensible —dijo sonriendo
mientras pasaba un dedo por mi muslo, comprobando que todo el vello estaba
erizado.
—En realidad tus caricias me son indiferentes, ¿a que finjo bien? —pregunté
notando un estremecimiento recorrer mi cuerpo mientras su boca pasaba al otro
lado de mi cuello.
—Sí cariño, finges muy bien —contestó ahogando una risita besándome con
fuerza, a la vez que introducía un dedo en mi vagina, consciente de que sus
besos conseguían humedecerme sin demasiada dificultad—. Sabes fingir muy, muy
bien —repitió mientras palpaba suavemente en mi interior.
Aprovechó mis propios fluidos para lubricar el resto de mis genitales
acariciándolos con agilidad. Me elevé un poco para facilitarle la labor,
volviendo a apoyar mis manos sobre el respaldo del sofá, dejando mis pechos a
la altura de su boca. No resistió la invitación y pronto sentí sus labios
recorriéndolos, succionando con viveza mientras su lengua recorría el pezón al
mismo ritmo que sus dedos frotaban mi clítoris.
Eran dos caricias separadas que yo sentía confluir en el centro de mi
vientre y que cada vez me abrasaba con más intensidad. Perdí la noción del
tiempo, como siempre me pasaba cuando me entregaba a sus caricias, noté cómo
humedecía su dedo por última vez para seguir acariciándome mientras me
penetraba. Empecé a moverme arriba y abajo con suavidad, intentando no perder
el contacto con sus dedos juguetones que me estaban haciendo ver las estrellas
a pesar de tener los ojos cerrados.
Poco a poco dejé caer mi tronco hacia atrás, deslizándome entre sus
piernas hasta que mi cabeza tocó la alfombra, creí que no podría aguantar mucho
más la fricción de sus dedos si seguía acariciándome de esa manera. Por suerte
dejó de hacerlo para asir mis tobillos y tirar de ellos hacia arriba, abrí los
ojos sorprendida, intentando situarme y aclarar mi posición.
La
imagen, que de no haber estado tan excitada me habría parecido peligrosa, era
tremendamente excitante en esos momentos. Él se había incorporado y estaba de
pie, rodeaba mis tobillos con facilidad y tiraba de ellos hacia arriba, dejando
que la gravedad me devolviese a mi lugar hasta tocar la alfombra otra vez.
Desde esa perspectiva miré mis pies sorprendida, sentía mi cabeza chocar
suavemente contra la alfombra cada vez que él dejaba de atraerme, para volver a
tirar de mí y penetrarme con fuerza una y otra vez. Fueron sólo unos segundos
de desconcierto que no permitieron que mi excitación disminuyese en absoluto,
cerré los ojos y me concentré en esa invasión tan poco usual, en la dura y
firme fricción que incrementaba el ardor que sentía.
Noté como mis piernas empezaban a temblar, la electricidad que recorría
mi espina dorsal y la tensión que se acumulaba en mi vientre, sabiendo lo que
estaba a punto de ocurrir, deseando que sucediese, que le sucediese a él
también. Hundirme en esa maravillosa relajación que tanto me gustaba compartir
con él.
—Cariño,
no puedo aguantar más —pude gemir de manera entrecortada, no sé si por la
postura o la excitación.
—Sí, hazlo —me animó como tantas otras veces—. Me gusta sentir tu
presión cuando te dejas ir.
Dejé de reprimirme para abandonarme a las sensaciones físicas y
emocionales que se habían concentrado en algún lugar de mi cuerpo y mi cerebro,
hasta que me invadieron por completo llegando a los rincones más recónditos.
Cuando volví de mi enajenación momentánea, sentí sus últimas acometidas, y cómo
dejaba de mecerme para concentrarse en su propio placer, que noté descargar
contra mí con sus familiares convulsiones.
Le
vi abrir los ojos y mirarme sorprendido, como si no entendiese muy bien qué
hacía con la cabeza en el suelo.
—¿Bonitas vistas? —Bromeé cruzando los brazos detrás de la cabeza.
—¡Oh cariño! ¿Qué haces ahí abajo? —Preguntó mientras me dejaba deslizar
suavemente, acompañándome con sus manos hasta el suelo.
—Eso me preguntaba yo hace un rato —respondí mientras me estiraba
totalmente en la alfombra.
—Qué bestias, ¿cómo hemos podido hacer esto? —se acomodó riendo junto a
mi espalda y entrelazó sus piernas entre las mías mientras besaba mi espalda.
—No lo sé cariño, pero te aseguro que no ha sido premeditado, por lo
menos por mi parte.
—¿Estás bien? —Preguntó preocupado, tocándome la cabeza— ¿Te duele algo?
—Pues ahora que lo dices, empiezo a notar ciertas molestias en los
tobillos.