lunes, 4 de noviembre de 2013

15 años de Viagra

Datos curiosos de los 15 años de vida de la Viagra (artículo extraído de MUY INTERESANTE)

Aunque personalmente opine que la mayoría de disfunciones sexuales son psicológicas y que aunque la Viagra consiga erecciones, lo importante es saber qué provecho sacarles. Y, lo más importante, no se necesita una pastillita, sino alguien que consiga excitarte.

La famosa pastilla azul cambió la vida sexual de muchas personas hace ya 15 años, cuando a partir del 2 de noviembre de 1998 saliera a la venta en las farmacias como tratamiento contra la disfunción eréctil. Desde entonces miles de personas han tomado un total de 1.800 millones de comprimidos en todo el mundo. Aquí tienes algunos datos de la famosa Viagra.

En total, desde su lanzamiento, se han vendido unos 1.800 millones de comprimidos de todo el mundo.

223 millones de recetas médicas de Viagra para tratar la disfunción eréctil se han extendido desde el nacimiento de este medicamento.

El último avance ha sido crear la pastilla en un formato que se disuelve directamente en la boca, evitando tener que tragarla con ayuda de agua y mejorando la confidencialidad a la hora de tomarla.

Unos 37 millones de hombres en todo el mundo han utilizado la famosa pastilla azul para mejorar sus relaciones sexuales.

Solo en España se han realizado más de siete millones de recetas y se han dispensado más de 34 millones de comprimidos.

Para estudiar los efectos de la viagra se han realizado unos 120 ensayos clínicos en los que han participado más de 13.000 pacientes.

La disfunción eréctil suele ser una señal de alerta de otros trastornos graves por lo que los médicos recomiendan realizarse revisiones periódicas a partir de los 40 años.

Según el estudio Epidemiología de la Disfunción Eréctil Masculina, este problema afecta al 12 por ciento de los hombres entre 25 y los 70 años. Este porcentaje aumenta hasta el 26 por ciento en varones entre los 40 y los 70 años de edad.

El sildenafilo, como se conoce técnicamente a la Viagra, es un vasodilatador que inicialmente se propuso como tratamiento de la hipertensión y la angina de pecho. Cuando en los estudios de fase I se comprobó que podía inducir erecciones en el pene se propuso cambiar de objetivo médico a tratar y usarlo para paliar la disfunción eréctil.


Exactamente el 2 de noviembre de 1998 salía a la venta en España la famosa pastilla azul que cambiaría la vida de muchas personas que sufrían disfunción eréctil. Es decir, en 2013 se cumplen 15 años de su nacimiento.

domingo, 3 de noviembre de 2013

¿Es perjudicial el sexo anal?

Aunque cada vez es más aceptado, el sexo anal sigue sin tener demasiadas adeptas, contrariamente a los hombres, que de tanto oírlo y verlo en películas porno, cada vez se sienten más atraídos  -ojito- hacerlo, no que se lo hagan.

El sexo anal no es perjudicial si se hace con “cariño” y de manera relajada, cosa bastante difícil en un principio porque anatómicamente el ano no está diseñado para permitir penetraciones. Teniendo además dos esfínteres necesarios de sortear, y éstos están habituados a dejar salir, contrayéndose involuntariamente cuando algo intenta entrar.

Antiguamente, para preservar la virginidad o evitar embarazos se acostumbraba a utilizar esta práctica, que no suele ser  muy placentera para la mujer ya que se encuentra lejos de la vagina y sobre todo del clítoris, siendo difícil poder  estimularlo y llegar o mantener la excitación durante la penetración.

Los hombres por el contrario disfrutan penetrando a la mujer analmente. Primero, porque emocionalmente sienten una  sensación de poder y dominio muy placentera; la segunda razón es totalmente física, porque al encontrar la resistencia de los  esfínteres, más estrechos que la vagina, la fricción sobre el pene es mucho mayor y el placer se incrementa.

Anatómicamente “los culitos” de hombres y mujeres son iguales, (aunque la mayoría de ellos se niegan a ser tocados “ahí” porque les duele o da vergüenza. Hago esta aclaración para poder argumentar que a las mujeres también nos puede doler o avergonzar, y si es algo que no nos gusta no debemos aceptar sólo para complacerlos, ya que sin una buena relajación y lubricación será imposible no sentir molestias, y si no nos gusta y además nos duele, difícilmente alcanzaremos el placer.

La única diferencia -y gran fortuna para ellos- es que a través del recto masculino se alcanza la próstata, una glándula especialmente sensible y comparable a  lo que sería el “punto G femenino”. Su estimulación,  además de un inmenso placer, asegura la eyaculación y el vaciado de líquido seminal y ello es bueno tanto para su salud prostática como para aliviar los problemas urinarios.

Si el hombre “da por ahí” disfruta, si el hombre “recibe por ahí” también disfruta. El sexo anal por lo tanto es placentero para todos los hombres, pero casi nunca para las mujeres, si no son estimuladas paralelamente en otras zonas más sensibles (clítoris) y puede resultar muy doloroso si no se relaja y lubrica con un buen lubricante anal (usar también para ellos)


Nunca hagas algo que no te plazca sólo para complacer al otro, espero haber dado suficientes argumentos para negarte o aceptarlo si es eso lo que deseas. También puedes convencerlo de que es algo bueno y placentero leyendo el relato siguiente. Después de compartirlo con él y tal vez prefiera “recibir” en vez de “dar”

martes, 29 de octubre de 2013

Porno-ficción

Según la RAE:


El erotismo es
1.  Amor sensual.
2. Carácter de lo que excita el amor sensual.
3.  Exaltación del amor físico en el arte

Por otra parte la pornografía se refiere a:

1. Carácter obsceno de obras literarias o artísticas.
2. Obra literaria o artística de este carácter.
3. Tratado acerca de la prostitución.

A mi entender (y seguramente muchos no coincidan, o no les guste reconocerlo), esta es la razón por la cual es difícil encontrar películas mal llamadas eróticas o pornográficas que gusten a las mujeres.
La pornografía describe o representa el acto sexual con la única finalidad de excitar sexualmente a la persona que lo está leyendo o mirando. Muchas veces el acto sexual se representa de forma bastante violenta y casi siempre hay una relación de poder del hombre hacia la mujer, que mantiene una actitud muy sumisa y además disfruta con esta sumisión… Por lo tanto es normal que este tipo de escenas provoque rechazo en la mujer, ya que está desvirtuando totalmente su sexualidad y establece unos roles que no son ciertos ni deseables para ella.


El erotismo en cambio es una visión más amplia del sexo donde el amor y el deseo sensual están unidos y no habla únicamente del acto sexual físico o de sus expresiones fisiológicas, sino de todas sus connotaciones y proyecciones. Describe o insinúa las escenas que conseguirán despertar el deseo a través de la propia imaginación consiguiendo llevarnos al éxtasis y por lo tanto no provoca rechazo ni genera violencia. El amor sensual quiere decir dar y recibir amor de la más intensa e íntima de las maneras…

Es totalmente contradictorio hacer sufrir a la persona con la que te estás compartiendo íntimamente y utilizar la violencia física para excitarte viendo como sufre el otro… o mejor dicho la otra, porque generalmente son mujeres.

Hay una gran confusión entre ambos términos y no es cierto que a las mujeres no nos guste la pornografía, el problema es que desgraciadamente en casi todas las imágenes o literatura se nos utiliza para dar placer al hombre sin tener en cuenta cuáles son nuestros deseos, e incluso las normas más básicas del placer femenino.

Dicho esto, existe otro género que yo denomino porno-ficción aunque es conocido por pornografía.

¿Por qué porno-ficción?, pues porque además de estar marcado por una clara dominación del hombre sobre la mujer –disfrutando ella de este dominio– y una gran adoración al falo y todas las variantes posibles del coito, entra en el terreno de la ciencia ficción por ser irreal rayando incluso la anormalidad física.

Todos los hombres necesitan un tiempo de recuperación después del orgasmo, por lo tanto lo “anormal” es tener innumerables orgasmos y eyaculaciones inacabables como la porno-ficción nos quiere hacer creer para disfrute visual y desespero (por comparativa) de sus consumidores.

Las medida media de un falo es de unos 15 cm. y una vagina unos 12cm.  aunque tenga la capacidad de adaptarse. Por otro lado la vagina sólo es sensible en su primer tercio (4 cm. aproximadamente) por lo tanto todos los demás centímetros sobran para dar placer a una mujer. ¿Por qué se empeñan en mostrarnos súper falos como si fuese una razón “sine qua non” para disfrutar de buen sexo? Curiosamente hay muchas más mujeres que se quejan de un pene grande que pequeño. Lo que cuenta es la habilidad, no el número de veces que se introduzca o el tiempo que dure el “frotis”.

 

La mayoría de las mujeres son clitoridianas e incapaces de sentir placer sólo con la penetración ¿por qué la porno-ficción escenifica siempre coitos vaginales interminables que lo único que consiguen es cansar?

 

Lo último es hacernos creer que todas las mujeres disfrutan con el sexo anal. Algunas sin duda lo hacen si están excitadas y se las sigue estimulando en otras zonas, pero nunca sólo a través de la penetración anal, que además puede resultar muy dolorosa, de hecho, la mayoría de las mujeres (sinceras y seguras de su sexualidad, que no necesitan convencerse de lo que otros creen bueno para ellas) así lo declaran.

 

Y, por último, ¿por qué esas caras de fingido placer que no engaña a nadie?, a nadie medianamente inteligente, se entiende… Menos porno-ficción y más sinceridad y complicidad con la pareja, ese es el único secreto para disfrutar de una sexualidad plena y satisfactoria.


Todo lo que he expuesto es una opinión personal, pero basado en el intercambio de impresiones con muchas, muchísimas mujeres y algunos hombres -que al parecer nunca son encuestad@s-, vistos los resultados que se hacen públicos en algunos medios.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Esos dulces azotes que me encienden

Relato extraído de "Carmín, el lado oculto" Ver vídeo

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Llovía a raudales y me había dejado las ventanas abiertas así que subimos las escaleras corriendo y llegamos empapados y sudorosos, descalzándonos y cubriéndonos con una toalla para no mojarlo todo más de lo que ya estaba, esperando para ducharnos después de cerrar ventanas y secar suelo y muebles.

—¡Oh! mi pobre agenda, se ha corrido toda la tinta —ex­clamé secándola con la toalla que llevaba puesta alrededor del cuerpo, que cayó a mis pies dejándome totalmente desnuda.
—Ummm, me encanta verte limpiar —paró de secar el suelo con la fregona que llevaba en las manos para observarme.
—Tú tampoco estás mal pasando la fregona con esa toallita en la cintura —le pegué un cachete en el glúteo mientras me reía, porque la imagen realmente era muy sugerente.
—¿Me has pegado? —rió amenazador, soltándola para abrazarme por detrás e inmovilizarme.
—No te he pegado, sólo te he acariciado con fuerza —con­testé intentando escaparme—. Estás tan mono con esa toallita.
—No es cierto —me sujetó con más fuerza, riendo junto a mi oído—, me has pegado —mordió mi oreja un poco más fuerte de lo habitual.
—¡Ahhhh! —me quejé—. Animal —intenté, sin conseguirlo, separar lo sufi­ciente mis caderas para coger impulso y darle un golpe con mis glúteos en esa parte de la anatomía masculina donde más duele.
—Cariño, así lo único que estás consiguiendo es excitarme.
—Ya lo veo —contesté, cambiando de estrategia y frotándome contra la protuberancia que empezaba a crecer bajo la toalla, que milagrosamente conti­nuaba en su lugar.
—¿Si te suelto prometes no volverme a pegar? —preguntó poniendo una mano en mi vientre y atrayéndome más contra él.
—Lo intentaré, pero si el resultado es éste, tal vez debería seguir haciéndolo.
—¿Ah sí?, ¿estás agresiva hoy?, recuerda que soy más fuerte que tú —amenazó.
—No serás capaz —le reté.
—¿Quieres comprobarlo? —Preguntó mientras me cargaba al hombro y caminaba en dirección a la habitación, aguantando mis piernas con sus brazos mientras mi tronco colgaba por su espalda.
—¡Noooo! Me quejaba riendo mientras le seguía cacheteando en la espalda y los glúteos, ahora totalmente desnudos pues la toalla no había aguantado tanta presión.
—¿Y ahora qué? —me descargó sobre la cama y se colocó encima de mí, inmovilizándome las muñecas mientras me miraba burlón.
—Perdón, perdón —supliqué riendo—, no lo volveré a hacer más.
—Más te vale, si me vuelves a golpear no me reprimiré, me encantaría azotar ese culito maravilloso.

Y como si esa idea lo encendiese, se hundió en mi boca con fuerza, frotándose contra mí mientras me besaba con ardor. Lo abracé con las piernas y me acoplé a la intensidad de sus labios y su lengua, que parecían estar librando una batalla por invadirme.
—Eres una mandona —se separó para mirarme desafiante.
—No es cierto —volví a negar por enésima vez, ya que siempre que hacíamos el amor me decía lo mismo—, sólo soy apasionada.
—Yaaa, apasionada y dominante.
—Si tú lo dices —concedí mientras apretaba más mis piernas contra él.
—Lo bueno es que sé cómo desarmarte.
—¿Ah, sí?, ¿cómo? —Pregunté como si no lo supiese, aunque inmediatamente relajé mis piernas y dejé de inmovilizarlo.
—Cuando beso tu cuello pierdes todas tus fuerzas, es tu talón de Aquiles —dijo mientras lo recorría con un dedo.
—Me gusta que conozcas mis puntos débiles —respondí apartando el cabello para ofrecérselo—. Desármame.
—Hasta sin fuerzas te gusta mandar —susurró mientras empezaba a pasear sus labios en sentido descendente.

A partir de ese momento dejé de articular palabra, el único sonido que salía de mi boca era algún suspiro, que poco a poco fue subiendo de intensidad cuando la excitación fue apoderándose de mi cuerpo y anulando mi mente.

Era difícil mantenerse impasible a sus caricias, notar su boca recorriendo mi pecho con pequeños roces apenas perceptibles, consiguiendo despertarlos hasta hacerme desear que los succionase y lamiese con fuerza. Sentir sus dedos bajar por mi abdomen, pararse trazando insinuantes círculos para crear expectativas hasta conseguir que mi pelvis se elevase como si tuviera vida propia, exigiéndole más y más.

Notar sus manos apoyarse en mis muslos para separarlos, apreciar sus labios descendiendo con deliberada lentitud hasta de­te­nerse en el centro. Percibir su ávida lengua hacerse paso, separando con delicadeza los pliegues que se abrían para exhibir mis zonas más sensibles. Y, a partir de aquí, perder el mundo de vista y concentrarme sólo en la espiral de placer que crecía por momentos invadiéndome por completo, desatando emociones y sensaciones imposibles de controlar.
—¿Así que te gustan los cachetes? —Creí oír en algún momento.
—¿Qué? —pregunté sin entender muy bien lo que había dicho.
—¿Te gustaría que yo te diese unos cachetes?

Creo que en ese momento le habría dicho que sí a cualquier cosa, había parado de tocarme y yo sólo quería que siguiese, que me acariciase, que me penetrase, que me diese un cachete; pero que continuase con ese dulce martirio que podía frenarse en seco de un momento a otro si no continuaba estimulándome.
—¿Te gustaría? —Volvió a preguntar.
—Sí —respondí—, sigue por favor.
—No te he oído —dijo mientras me daba la vuelta e inclinaba mis caderas para penetrarme desde detrás.
—Sí, quiero —contesté mientras le sentía entrar dentro de mí, notando la fuerza de su penetración, mucho más profunda de lo habitual en su primera embestida.
—¿Qué es lo que quieres? —Preguntó mientras acercaba mi mano a mis genitales para que no dejase que mi excitación se perdiese.
—Quiero que me des un cachete —gemí, recuperando el frenesí de hacía unos momentos, con mi propia estimulación.
—¿Así? —Preguntó mientras dejaba caer su mano con suavidad.
—Sí, así —respondí sin apreciar apenas el golpe.
—¿O así? —Golpeó con más energía.
—Así, así me gusta más.
—¿Más? —Preguntó pasado un rato mientras con una mano aguantaba mis caderas para amortiguar sus acometidas y con la otra acariciaba mis glúteos.
—Sí —respondí, aunque en ese momento yo estaba tan concentrada en mi propio placer que había perdido la noción de si su mano había vuelto a descargar sobre mis nalgas.

Sentí su mano dar unos cuantos cachetes más, pero después me acariciaba suavemente y sentía un agradable cosquilleo que asombrosamente me encendía más y me empujaba al éxtasis que estaba a punto de llegar, mi respiración se agitaba por momentos y todo mi cuerpo se congestionó, perdiendo por unos instantes la noción de lo que estaba pasando.
—Oh nena, cuando siento que me aprietas de esta manera pierdo el control.
—Me gusta hacerte perder el control —contesté recuperando el dominio de mi cuerpo y apretando con fuerza mis músculos vaginales.
—No, no puedo más —Sentí su respiración alterarse violentamente, quedarse un momento inmóvil y las palpitaciones de su miembro presionando dentro de mí.

Me dejé caer boca abajo y él a mi lado, con un brazo alrededor de mi cintura mientras depositaba suaves besos en mis nalgas.
—¿No te he hecho daño verdad? —Preguntó preocupado.
—No más que yo a ti cariño —respondí con una sonrisa.
—No compares ratita —Abrió su mano y posó la mía, que parecía enana, encima de la suya.
—Está claro que no debo pelearme contigo, aunque estas “peleas” son bastante excitantes.
—¡Oh! nena, son muy, muy excitantes, habrá que repetirlo.

viernes, 4 de octubre de 2013

Masaje, dulce masaje.

      Resumen adaptado de la novela  "Carmín, el lado oculto" Ver vídeo
     
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      —Estaba pensando en hacerte un masaje de esos que te dejan  súper relajada contestó, pasando un dedo por mi escote. ¿Qué te parece? Seguro que eso te hace olvidarlo todo.
       Ummm, eso suena muy bien reconocí, olvidándome de todo mi malestar ante tan dulce expectativa, atrayéndolo hacia mí para besarlo Pero hoy me tocaba a mí darte el masaje.

      Hacía tiempo que nos habíamos acostumbrado a un masaje erótico las noches que él se quedaba a dormir en casa, un día lo hacía el uno y al día siguiente el otro. Era una hora de relajante placer que después se podía alargar hasta altas horas de la noche. Las únicas normas eran que el que recibía el masaje no se podía mover hasta que el otro lo permitiese, cosa que tengo que reconocer me daba cierto poder sobre él, porque el cuerpo de la mujer tiene muchos más recursos.

       Protegía la cama para que el aceite no traspasase, unas cuantas velas en las mesitas y una varita de incienso de canela que en pocos momentos impregnaba el aire de un dulce olor. Programaba una música especial para masajes que duraba media hora para que se fuese repitiendo, permitiéndome organizar el tiempo sin que él se diese cuenta.
       Jon Bao (abrazo), es una música melodiosa de piano y arpa, que consigue penetrar en la mente haciendo que los sonidos se transmitan a las manos y al resto del cuerpo en movimientos rítmicos que se convierten en caricias llenas de armonía, transportando al que las recibe, y también a quien lo da, a un mundo aparte.

       Me arrodillé en la cama totalmente desnuda, antes de que él se tendiese ofreciéndome la espalda. Me gustaba ver sus ojos mientras frotaba mis manos y mis brazos con aceite, cómo subía su excitación mientras él mismo untaba mis pechos y mis genitales con el líquido tibio, sabiendo que utilizaría todas mis partes engrasadas para masajearle después. Le besé dulcemente y le empujé hasta que quedó totalmente tendido y expuesto a mi voluntad.
       Dejé caer el aceite sobre su piel y empecé a masajear su cuerpo, siguiendo el ritmo de la música, repitiendo cada movimiento tres veces, primero amasando en sentido ascendente muy lentamente, para volver a bajar con agilidad. Repetía los movimientos en sus dedos, sus pies, sus pantorrillas…
       Al llegar a sus glúteos me arrodillé entre sus piernas abiertas y con ambas manos acaricié sus nalgas con firmeza, sintiendo el calor que desprendía su piel. Seguí una a una sus costillas, y mientras mis manos ascendían hacia sus hombros, mi antebrazo le masajeaba con más fuerza en la espalda.

       Me dejé caer sobre él, deslizando mis pechos sobre la parte interna de sus glúteos, intentando no tocar sus genitales, que permanecían aplastados sobre el colchón, para no excitarle. Seguí resbalando con mi busto por su cintura, por su espalda, frotando mis genitales en sus muslos. Mi cuerpo serpenteaba encima del suyo y notaba su respiración agitarse, así que me quedé quieta acoplada a su cuerpo, dedicándome a dejar que se relajase un poco bajando por sus brazos, friccionando sus manos con las mías, sus dedos con mis dedos.
       Para acabar de eliminar su incipiente tensión empecé a masajear su cuello y su cabeza con los dedos, estaba acabando la media hora de música y debía darse la vuelta, no me podía arriesgar a que tuviese una erección y que todo se acelerase. Me gustaba tener el control en mis manos, en mis pechos y en todo mi cuerpo, saber que con mi roce podía controlar su excitación, provocándole un placer moderado que poco a poco iba aumentando sus expectativas conforme lo acariciaba.
       Date la vuelta cariño le susurré al oído mientras me incorporaba, dejándole espacio para girarse.
       Ummmm dejó escapar un gemido, mezcla del estado aletargado en que se encontraba y el disgusto por tener que girarse.
       ¿No quieres que te masajee por delante? susurré sabiendo la respuesta inmediata.
       Siiiii, balbuceó tendiéndose de espaldas con dificultad.
   Entonces tendré que volver a untarme respondí mientras mis manos engrasadas se deslizaban por mis pechos y mi vientre, sabiendo que él me observaba con los ojos semicerrados y anhelantes.

       Sonreí satisfecha, dejando caer el aceite por su torso y por sus abdominales, viendo cómo se escurría por su pene y sus testículos sin que yo los tocase, él dejó escapar un murmullo de complacencia apenas perceptible, preludio de los que vendrían después. Me volví a situar entre sus piernas para masajearlas, subí por sus caderas, su abdomen y su pecho hasta llegar a su cara para masajear sus sienes y sus orejas, tenía que mantenerlo relajado si quería evitar que su incipiente erección impidiese llegar al final de manera precipitada.

       Cuando noté que su respiración volvía a ser pausada empecé a descender nuevamente por su pecho y por su vientre. Levanté sus rodillas para poder acceder fácilmente a la parte interna de sus glúteos, ya que había descubierto que esa caricia le proporcionaba un inmenso placer. Mis dedos lubricados se movían con destreza por su ano y su periné, notando como sus testículos empezaban a congestionarse.
       Los cogí entre mis manos y empecé a masajearlos con delicadeza, el dedo pulgar zigzagueando por encima, el resto acariciando por debajo, atenta a su respuesta. Seguí subiendo por su pene totalmente erecto, los dedos con movimientos serpenteantes, deslizándose de abajo a arriba y otra vez de arriba hacia abajo, ayudada por el aceite que me permitía frotar con firmeza y suavidad a la vez.
      
        Dejé caer mis manos sobre la cama y atrapé su miembro entre mis pechos, el aceite permitía que se deslizase fácilmente entre ellos, era una sensación muy placentera también para mí. Subía y bajaba sintiéndole resbalar, notando como la temperatura y la tensión se incrementaba. Cuando noté que su erección palpitaba con fuerza, sin dejar de acariciarlo con los pechos, atrapé su glande con la boca y empecé a trazar pequeños círculos con la lengua, sabiendo que esta caricia era el principio del fin.
       Sus manos se posaron sobre mi cabeza, notaba que no podría contenerse mucho más, por eso intervenía a pesar de saber que no podía hacerlo. Retiré sus manos y ascendí apoyándome en ellas, frotando mi cuerpo sobre él en mi camino hacia su boca, y mientras lo besaba seguía friccionando mis genitales sobre los suyos, resbalando con facilidad mientras me estimulaba y notaba que mi propia excitación se incrementaba.

       Me incliné para ponerme a horcajadas sobre él, dejándome caer con suavidad para envainarle, sintiendo como entraba dentro de mí, resbaladizo, firme y, sobre todo, ardiente. Sus manos se posaron sobre mis glúteos y empezaron a moverme rítmicamente, notaba el fuego incrementarse dentro de mí, necesitaba que tocase mis pechos, súperestimulados aún por el roce del masaje, pero sus manos estaban ocupadas. Preferí ser yo misma quien los acariciase, primero suavemente, aprovechando el aceite que me permitía frotar con facilidad, al final, cuando la excitación llegó a su punto máximo, con pequeños pellizcos en los pezones que resbalaban entre mis dedos engrasados.

       Esperé hasta notar sus contracciones para dejarme ir poco después,  cayendo encima suyo totalmente exhausta.
       Oh, cariño, cada día lo haces mejor susurró en mi oreja mientras acariciaba mis glúteos.
      ¿Los masajes? Pregunté con una sonrisa pícara mientras elevaba las caderas para expulsarlo con suavidad.
       Todo cariño, todo contestó antes de besarme.


miércoles, 25 de septiembre de 2013

Zonas inexploradas

Resume adaptado de la novela "Estel, amor y miseria" seguir leyendo

   
 Alex la coge por los brazos y la ayuda a incorporarse, le quita la pinza que sujeta su cabello, lo extiende por su espalda y la atrae hacia él para besarla en los labios, suave, dulcemente, pero dejando patente su excitación que aunque aún no se ha desbordado  empieza a ser apremiante cuando siente su cuerpo pegado al de ella. Sus brazos enlazados detrás de su cuello, la redondez de sus pechos en su propio pecho, el vientre liso contra su vientre inflamado por el deseo, y el apéndice que se interpone entre ambos que ha cobrado vida nuevamente. La atrae por la cintura para apretarla más contra sí y que pueda percibir la compresión ondulante de su miembro abultado. Laura baja sus brazos y le rodea los glúteos con las manos, ciñéndose aún más contra él, para darle a entender que le gusta sentir la presión de esa parte de su cuerpo, que en este momento es la más vital de todas. Y siente cómo se eleva del suelo cuando él la coge en brazos para depositarla sobre la cama.

     –¡Dios!, pienso en lo que eres capaz de hacerme sentir y me deshago por dentro –le dice antes de besarla cubriéndola con todo su cuerpo. Despega sus labios de los de ella y la coge por la mano que se acerca a la boca mientras la mira fijamente. Besa la parte interior de su muñeca, bajando por la palma, recorriendo los dedos con su lengua. Pasea sus labios por la punta redondeada de sus uñas perfectamente recortadas y limadas mientras la mira sugestivamente, introduce el dedo corazón en su boca y lo succiona, cuando lo retira le quita el anillo que ella lleva puesto dejándolo sobre la mesita; la mira fijamente sin necesidad de palabras y ella le responde con una mirada de entendimiento.
      –¿Quieres que te haga derretir? –Le pregunta ella mientras se libera de su peso y girándose, apoyada sobre el codo, se sitúa encima de él.
      –Si… quiero –contesta arrastrando las palabras sin dejar de mirarla.
      –¿Y puedo hacer lo que yo quiera? –Pregunta Laura mientras acerca su cara a la de él, presionándole los brazos por encima de la almohada con sus manos mientras frota su cuerpo sinuoso contra el de él.
      –Puedes –casi gime, porque hace rato que su respiración se ha acelerado y es difícil controlar el tono de voz. Y siente sus labios pegados a los de él como una ventosa, y su lengua que invade su boca, y la suave resistencia de sus manos que intentan impedir que él libere sus brazos para abrazarla, indicándole que no desea que se mueva.
      Nota como ella se desprende de su boca y baja hasta su pecho, y sigue deslizándose, lamiendo con su lengua serpenteante todo lo que encuentra a su paso, sus pezones, su torso, su vientre, su ombligo; y lo ve aunque tenga los ojos cerrados, porque la imagina mientras siente la presión de su apéndice en cada uno de los rincones que ella acaricia.
      Siente el roce de sus labios sobre su pene, pequeños besos, como si no quisiese precipitar su excitación, mientras sus manos acarician sus testículos y él empieza a respirar de manera alterada, intentando no desbocarse y concentrarse en sus caricias; abandonarse a ellas, sentir como el placer fluye libremente por todo su cuerpo.
      Nota su lengua acariciar su periné, acercarse al ano, lubricarlo con su saliva mientras lo lame con fuerza. Succionar y aprisionar sus testículos en su boca cerrada para acariciarlos suavemente con su lengua, soltar uno para coger el otro y después buscar otro prisionero: su pene vibrante que palpita hasta que ella lo inmoviliza en la cavidad húmeda y caliente, que siente subir y bajar, mientras su lengua acaricia con suavidad el glande totalmente descapullado.
      Advierte como los movimientos del dedo que estimulaban su ano se detienen para lubricarlo con su saliva e introducirlo dentro con delicadeza, lo siente entrar suavemente, deslizándose con precisión, como si supiese perfectamente donde detenerse al localizar su objetivo. Y lo encuentra, claro que lo encuentra, y ya no sabe qué parte de su cuerpo le proporciona más placer; su boca y su lengua deslizándose sobre su pene, o su dedo presionando delicada pero enérgicamente sobre su próstata. Intenta concentrarse en cada una de sus caricias, procurando aislarlas para sentirlas independientemente, perdiendo la noción del tiempo que quisiera detener, prolongando el goce que lo embriaga, que inunda todas las fibras de su ser, anulando su razón y activando todos sus órganos sensoriales.
      Y cuando piensa que está llegando a la cresta de la ola de placer que remonta, permitiéndole levitar unos instantes en la cima, hasta que totalmente extasiado se deje deslizar nuevamente, sintiendo el torbellino que le arrastra desde el centro de sus entrañas, nota cómo ella retira su boca y sujeta firmemente la cabeza de su pene, siente también como el dedo que había introducido dentro de él vuelve a salir para con esta mano hacer presión en la base del mismo. Ya no siente la imperiosa necesidad de eyacular, pero nota la energía fluir, inundando todo su ser, prolongando el estado de éxtasis en que se encuentra sumergido.
       Y en unos momentos vuelve a sentir su boca rodeándolo, su lengua acariciándolo, su dedo penetrándolo; sus caricias acompasadas que ahora consiguen un mayor nivel de excitación aunque esto le parecía imposible, elevándolo a cuotas de placer que creía inalcanzables. Y es consciente de que ya no hay vuelta atrás, de que se encuentra en un estado de paroxismo total que le impide pensar en nada que no sea abandonarse al placer, y se deja ir; sintiendo el líquido que se desborda, sintiéndose todo él líquido, expandiéndose y recorriendo todos los rincones de su ser que lo inundan como una ola gigante, haciéndole perder la noción de la realidad por unos instantes, como si la energía que estaba liberando se hubiese expandido hasta alcanzar el infinito, vaciando y llenando a la vez  su cuerpo y su mente. Ni siquiera es consciente de cuando retira ella su boca, su lengua, su dedo; sólo siente paz, la paz de su cuerpo totalmente relajado, la tranquilidad y la certeza de que en ese momento no hay un lugar mejor donde poder estar, ni nadie con quien nunca haya deseado compartirse ni entregarse de esa manera tan completa.
      –Te quiero Laura –le dice al abrir los ojos a la cara sonriente que encuentra frente a él mientras la abraza–. Dios, no sabía que se pudiese llegar a amar de esta manera.


      –Yo también te quiero Alex –le contesta ella mientras busca sus labios para besarlos.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Al calor de la chimenea

Resumen adaptado de la novela “Estel, amor y miseria” Seguir leyendo
 

Laura se sienta en el sofá situado delante de la chimenea de la casa rural que han alquilado mientras Alex añade unos leños a la chimenea.


    –Sólo por ver esta panorámica valía la pena venir.
 –¿Qué panorámica? –preguntó sin entender, mientras giraba la cabeza para sorprenderla con la mirada perdida en sus glúteos que él exhibía mientras alimentaba el fuego–. ¿Qué estás mirando? –volvió a preguntar mientras se incorporaba y la amenazaba con las tenazas.
    –Ummm, la cena –respondió sugestiva.
  –Ah sí, y, ¿tienes mucho apetito? –preguntó mientras se le acercaba.
  –Tú no sabes el hambre y los instintos primitivos que en mí despierta la proximidad de un fuego.
    –¿Más que a mí el mar? –quiso saber él, porque ella siempre le había dicho que cuando hacían el amor en el barco él se comportaba de una manera especial.
    –Mucho masss –contestó con voz silbante mientras daba unas palmaditas al sofá, invitándole a sentarse a su lado.
     –Ohhh, esto se empieza a poner interesante… –dijo mientras se sentaba sin poder acabar de hablar, porque ella le tapó la boca con sus labios, poniendo un ímpetu en ello que Alex no recordaba.

     Hacía tanto tiempo que Laura no estaba delante de una chimenea, que casi no recordaba los efectos que en ella producía el calor del fuego. La excitación de ver reflejado el color de las llamas en el cuerpo desnudo del ser amado, el placer de reseguir las sombras de su movimiento danzarín con sus propios dedos, la necesidad de encenderse ella misma hasta arder completamente.
     La noche había caído y la única claridad era la del fuego, que se extendía en forma de sombras claro oscuras y ondulantes que se alzaban hacia el techo, abrazándolos en el calor de su regazo. Laura notó los dedos de Alex que la empezaban a desvestir lentamente, acariciando con sus labios la piel que quedaba desnuda, pero su estado de excitación no le permitía saborear los preámbulos que otras veces tanto apreciaba.
     De un tirón se sacó por la cabeza la ropa que llevaba puesta, y mirando a Alex que la observaba sorprendido casi le arrancó su ropa también. Pasado el desconcierto inicial éste también se sumó a la urgencia que ella le solicitaba, y cuando sintió los dientes de ella sobre su cuello, con más fuerza de lo habitual, lejos de sentirse dolorido, sintió despertar una oleada de placer y deseo desenfrenado que lo invadió de manera fulminante.
     Respondió a sus caricias con la misma contundencia, mordió cuando ella mordía, sometía cuando ella intentaba someterlo, dejándose llevar por el ritmo que ella había impuesto y que al parecer no era otro que gozar sin continencia, olvidado de las caricias dulces y tiernas para atraerla con fuerza por la cintura, mientras ella se movía a un ritmo frenético cuando se sentó encima de él después de envainarlo. Sujetándole con fuerza sus manos por encima de la cabeza cuando sintió la necesidad primitiva de ser él quien dominase, tendiéndola sobre el sofá y embistiendo con fuerza cuando sintió sus piernas rodearle los muslos, y acoplarse a sus movimientos enardecidos de una manera también frenética. Hasta que la sintió gemir con más fuerza de lo habitual y se contagió de su clamor, desatándose él también en un concierto jadeante, sin escamotear ningún sonido, sabedor de que nadie podía oír sus gritos, hasta caer encima de ella totalmente desfallecido.
     –Nunca te había oído gritar así –escuchó la voz de Laura en la lejanía, indicándole que se había quedado amodorrado.
     –Yo tampoco a ti, pero me gusta oírte gritar sin control, no conocía esta faceta tuya, desata mi parte más salvaje –respondió mientras mordisqueaba su oreja.
      –Cromañón.
     –¿Cromañón?, te recuerdo que has sido tú quien ha empezado, debo llevar tus dientes marcados por todo el cuerpo –se queja.
     –Pobrecito, ¿dónde te duele?
   –Aquí –responde él, señalando la parte del cuello donde ella asestó su primer mordisco en plena excitación, y que más que lastimarlo consiguió excitarlo de una manera descontrolada.

    Laura pasea sus labios por la zona señalada, donde efectivamente se aprecia un leve color morado, y él, aprovechando la disposición de ella sigue señalando zonas donde ella no recuerda haber mordido, aunque fue tal su arrebato que no consigue recordar demasiado más allá de la enajenación que la llevó a la necesidad de poseerlo, y el deseo de ser poseída por él de manera animal y casi salvaje.
     Observa que Alex vuelve a comportarse con la delicadeza de siempre, y que cuando nota que su estado de excitación es latente, cambia de situación para ser él quien cubra su cuerpo de caricias, siente sus labios jugar con su cuello mientras sus dedos acarician la parte superior de sus senos, despertándolos y preparándolos para recibir después la succión de su boca. Siente sus dedos descender por su abdomen hasta llegar a su pubis, que ahora se ha acostumbrado a llevar rasurado, y donde se detiene trazando dibujos imaginarios porque sabe que ahora esa zona es más sensible, el placer más intenso y, por lo tanto, también las expectativas que genera.
     Nota sus dedos descender suavemente por la parte externa de sus muslos, pararse a la altura de las rodillas y entretenerse en las corvas, mirándola a los ojos para observar sus gestos y la contracción involuntaria de sus labios cada vez que una oleada de placer la recorre. Le gusta observar los cambios que la excitación produce en ella, lo enciende y lo anima a seguir ascendiendo por la parte interior, notando como ella entreabre las piernas para facilitarle el roce de sus dedos, ofreciéndole sus zonas más íntimas.
     Empieza a masajear su vulva, totalmente húmeda sin saber qué parte de fluidos le corresponden a él mismo, porque recuerda que poco antes se había desbordado dentro de ella, y el recordar el frenesí de esos momentos le hace sentir el deseo de recorrer esa zona con su boca. Aprecia el sabor levemente ácido de su propio semen mientras lo acaricia, y cómo ella arquea su cuerpo al sentir el contacto de sus labios para acercarse más a él, pasea su lengua por el clítoris hasta que la oye empezar a emitir los sonidos familiares que le indican que está en un momento álgido de excitación, empieza a succionar con los labios mientras con la lengua acaricia el glande totalmente hinchado, recuerda el placer que él siente cuando ella le regala esa caricia e intenta imitarla en sus movimientos, animado por el jadeo de ella, que va aumentando en intensidad e incrementa también su excitación y su necesidad de penetrarla. Sabe que sus orgasmos son mucho más intensos si sigue estimulando esa parte de su cuerpo, pero ya no puede retrasar por más tiempo su necesidad de estar dentro de ella.
      La coge por la cintura y la ayuda a girarse hasta tener sus glúteos expuestos a su vista, una imagen que nunca se cansaría de ver, se coloca detrás de ella y la atrae con suavidad hasta perderse en su cuerpo caliente y húmedo, aunque antes de empezar a moverse acompaña su mano hasta sus genitales para que ella misma se siga estimulando, y cuando oye que ella empieza a gemir nuevamente, recobrando el ritmo antes marcado y el nivel de excitación que sigue incrementándose, empieza a moverse él también, ocupado ahora en su propio placer, porque sabe que ella no tardará demasiado en llegar a su momento más álgido, y que cuando sienta sus contracciones presionando su pene también él se acabará enajenando.
    
     Nota su respiración mucho más agitada, indicándole que el momento ya está cerca y eso lo altera a él también, recuerda la excitación salvaje que sintió al oírla gritar horas antes y desea volverla oír, volver a sentir ese deseo primitivo y animal de posesión y dominio.
     –Quiero oírte gritar –ordena con voz alterada.
    –Me gusta que me hagas gritar de placer –responde elevando su voz entrecortada, alternando las sílabas con los sonidos guturales que ahora no reprime.
     –Más, quiero oír cómo te deshaces de placer.
   –No voy a aguantar mucho más cariño –grita mientras deja de estimularse porque sabe que si continúa haciéndolo acabará derritiéndose en unos segundos.
   –Más, grita más –la anima él gritando también, contagiado por sus gemidos entrecortados que aumentan su excitación y lo obligan a incrementar el ritmo de sus embestidas, hasta que oye como sus alaridos de placer decrecen, inversamente a los espasmos de su vagina que le rodean y le aprisionan; se queda quieto, con los ojos cerrados, concentrado sólo en sentir esos movimientos que constriñen la parte más sensible de su cuerpo, obligándolo a abandonar su contención para eyacular momentos después.
      –No sabía que fuese tan buena la vida en el campo –susurra en la oreja de Laura mientras se deja caer encima de ella, notando como el sudor de su pecho se mezcla con el de la espalda de ella.
     –¿A qué te refieres exactamente?  –pregunta ella riendo.
     –A poder gritar sin contención ni miedo a ser oído por nadie.
   –Cariño, si había alguien cerca debe de haber salido huyendo –le responde, después de soltar una sonora carcajada.
     –Másss grita másss  –repite él de manera sensual en su oreja, riendo mientras recordaba ese momento desenfrenado.
     –Bárbaro.
    –Pero, ¿a que te gusta? –pregunta mientras la libera de su peso y se tiende a su lado, encarándola para mirar sus ojos mientras le responde.
     –Me encanta.

     Hace rato que siente los dedos  de él recorrer su espalda, Alex piensa que sigue dormida, pero se despertó antes que él, lo sabe porque siente su respiración acompasada detrás de ella, sus brazos protectores rodeándola, uno por el cuello y otro por la cintura, hasta que sintió como retiraba una de sus manos y empezó a acariciar su espalda: arriba y abajo, de manera acompasada, interrumpido solamente para depositar sus labios como una ventosa, suave, levemente; y volver a repetir los dibujos arabescos sobre su piel.

     Es tan agradable la caricia que no quiere que pare, por eso no le dice nada, pero el fuego se está apagando y no puede prorrogar mucho más esa situación, alargar la sensación de plenitud en que se encuentra, no sólo física, sino también mental; esa placidez y sosiego que siempre siente cuando está con él. Lo pensaba mientras veía las llamas alzarse, y su sombra elevarse hasta las vigas de madera, las viejas vigas de madera que seguramente nunca habían sido testigos de un amor tan desenfrenado.

domingo, 4 de agosto de 2013

La primera vez



En palabras de la autora    Vídeo     

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       Cuando llegó subió las escaleras de dos en dos y, justo después de cerrar la puerta, nos abrazamos por primera vez sin observadores. Cuando conseguí desasirme lo cogí de la mano y tiré de él hacia el salón, y antes de que pudiera abrir la boca, ya se había sentado en el sofá arrastrándome con él y sentándome a horcajadas sobre sus piernas.
       Me estrechaba contra su pecho y besaba mi cabello dulcemente, nos apartábamos de vez en cuando para mirarnos a los ojos y besarnos suavemente, para volver a abrazarnos con desesperación como si eso fuese lo más importante de nuestras vidas, parecía que después de tanto tiempo aún no pudiésemos creer que estábamos juntos, necesitábamos fundir nuestros cuerpos para comprobar que era cierto.
       En realidad yo me sentía un poco cohibida y había decidido dejar que fuese él quien tomase las riendas. Después de todo lo que me había explicado sobre las mujeres de Brasil, no dudaba que él era un hombre experimentado, buen amante y seguro que exigente; así que deseaba y temía a la vez la llegada de ese momento, pensando que tal vez no estaría a la altura de las circunstancias.
       He deseado tanto tenerte así susurró entre mi cabello mientras me estrechaba con todas sus fuerzas.
       Yo también cariño, pensé que nunca llegarías contesté consiguiendo levantar la cabeza y mirarle a los ojos.
       Mi ratita vio que abría la boca para protestar y me la tapó besándome con fuerza.
       No me vuelvas a llamar… intenté proseguir cuando conseguí respirar, así que me volvió a besar sin dejarme acabar.
       Tenía tantas ganas de besarte dijo divertido ante mi insistencia.
       Yo también cariño, pero no me vuelvas a llamar así pedí muy digna.
       Está bien, si se me escapa me castigas con un beso.
       Eso es trampa me quejé.
       ¿Sí ratita? preguntó desafiante, y viendo mi cara de sorpresa me empujó hacia él para que le besara.

    
       Seguía desafiándome, intentaba romper mis esquemas, sacarme de los estereotipos que yo tenía preconcebidos y donde durante tanto tiempo me había sentido cómoda, llevarme al límite para que intentase encontrarme a mí misma, e igual que lo hizo empujándome a escribir, lo hizo con el sexo.

       Después de comer nos sentamos nuevamente en el sofá para tomar el café; un café para él y un té con crema de leche para mí. No sabía porqué, pero estaba tensa, una sensación de inseguridad se apoderó de mí y fui incapaz de relajarme en toda la tarde. Vamos, suéltate me animaba a mí misma de vez en cuando, pero no era capaz de conseguirlo.
       Él demostró sobradamente conocer el cuerpo de una mujer, y cuantas más pruebas me daba de ello, más tensa e insegura me sentía yo. Empezó a besar mi cuello y un escalofrío como nunca antes había sentido hizo que toda mi piel se erizase, me sentí débil ante la respuesta desorbitada de mi cuerpo, si sólo con besar mi cuello conseguía esa reacción, ¿qué más podría hacer conmigo?

       Mi ropa interior y mi vestido no fueron capaces de ocultar la reacción de mis pezones que se insinuaron totalmente erectos, a él tampoco le pasó desapercibido y siguió besando mi cuello en sentido descendente; mientras, sus dedos expertos desataban la lazada que cerraba mi vestido, dejando al descubierto mi cuerpo que ahora era totalmente transparente a cualquier reacción.
       Paseó sus dedos por mi escote hasta llegar a la línea del sujetador, cerré los ojos para concentrarme en esa caricia, pero también un poco avergonzada, intentado que no pudiese notar en mi mirada cómo deseaba que traspasase esa barrera. Pronto noté mis pechos libres y sus labios paseándose sobre ellos; su lengua empezó a jugar con mis pezones y cada pequeño roce conseguía que una descarga eléctrica recorriese todo mi cuerpo.
       Me empujó suavemente hasta que mi espalda quedó recostada sobre los cojines. Mi respiración se volvía más agitada por momentos, sentía sus labios bajar por mi abdomen y sus dedos recorrer el interior de mis muslos. Noté cómo se abrían paso a través de la ropa interior y resbalaban por mis genitales, Dios, estaba totalmente mojada pensé sorprendida, increíble, no era tan fácil conseguir eso conmigo.

       Una vez despojada de la ropa interior sentí como su boca seguía descendiendo, sus labios mordieron mis partes más íntimas y noté cómo me abría por completo. Su lengua se detuvo en el centro, iniciando un juego deliciosamente placentero que consiguió arrancarme un concierto de gemidos, notaba como mi excitación crecía cada vez que su lengua me acariciaba y temí no poderme contener durante demasiado tiempo.
        ¿Cómo era posible que sintiese algo tan intenso?, ningún hombre con los que había estado se había entretenido tanto tiempo en ese tipo de caricias, siempre eran como un juego preliminar, pero él seguía y seguía como si quisiese hacerme llegar al éxtasis de esta manera.
       La sensación era tan fuerte que casi dolía, parecía que algo fuese a estallar dentro de mí, algo mucho más intenso que cualquier orgasmo que hubiese sentido nunca, pero que me mantenía en la cima sin conseguir precipitarme al final. Me sentía perdida, como si tuviese miedo de abandonarme al inmenso gozo que me abrasaba como nunca antes, así que decidí devolverle algo del placer que él me estaba dando ya que yo era incapaz de abandonarme totalmente a sus caricias.

       Qué desastre, a él le pasó algo parecido, y aunque disfrutó de cada una de mis caricias, no se sentía bien por no haber sido capaz de hacerme perder la consciencia. Así que él también se reprimió hasta que al final decidimos no forzar algo que parecía no querer fluir por sí mismo.
       Recordé contrariada esas idílicas escenas que algunas películas y libros eróticos describen, esa adoración al falo y al coito, ¿dónde se inspiran?, la mayoría no sólo son ciencia ficción, sino lo que yo he bautizado como porno-ficción por alejarse totalmente de la verdadera sexualidad, sobre todo de la femenina.
       He hablado con muchas mujeres sobre este tema, y son muy pocas las que reconocen haber llegado al éxtasis la primera vez que han tenido sexo con un hombre, aunque estuviesen enamoradas de éste. Algunas incluso confiesan haber fingido para no “quedar mal” y acabar cuanto antes sin ofender a su amado, qué estupidez. Aunque tengo que reconocer que yo también lo había hecho algunas veces, cosa que no estaba dispuesta a repetir con él.
       Nos pasamos la tarde abrazados, besándonos sin urgencias, disfrutando del contacto de nuestra piel desnuda, sin más pretensiones que estar juntos y aprovechar el momento que tanto habíamos anhelado.
       Te quiero ratita me susurró a la oreja, tendido detrás de mí mientras me abrazaba.
      ¿Porqué te empeñas en llamarme así? me quejé dándole un golpe con mis glúteos desnudos.
       No lo sé cariño, desde que te cabreaste la primera vez que me encanta llamarte así rió divertido. La verdad es que nunca he usado ese nombre. ¿Nunca nadie te ha llamado cariñosamente?
       Sí claro, tú lo has dicho: cariñoso…. cari, peque, cuca, amorete.
       ¿Y qué diferencia hay entre amorete y ratita? Yo lo digo con mucho cariño me zarandeó con el brazo—, además, ratita te queda muy bien, es pequeñita como tú.
       Por favoooor contesté como si fuese obvia la diferencia.
      ¿Ves como eres una esnob?, ¿porqué todo tiene que ser tan cuadriculado?, tienes que salir de esa burbujita de orden y perfección en la que estás metida y dejarte llevar, en esta vida no todo es perfecto, tienes derecho a hacer tonterías y a equivocarte.
       Yo no soy perfecta protesté.
       No, no lo eres, pero tampoco eres capaz de darte permiso para ser imperfecta, algún día aprenderás a hacerlo.