En palabras de la autora Vídeo
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Cuando llegó subió las escaleras de dos en dos y, justo después de cerrar la puerta, nos abrazamos por primera vez sin observadores. Cuando conseguí desasirme lo cogí de la mano y tiré de él hacia el salón, y antes de que pudiera abrir la boca, ya se había sentado en el sofá arrastrándome con él y sentándome a horcajadas sobre sus piernas.
Me estrechaba contra su pecho y besaba mi
cabello dulcemente, nos apartábamos de vez en cuando para mirarnos a los ojos y
besarnos suavemente, para volver a abrazarnos con desesperación como si eso
fuese lo más importante de nuestras vidas, parecía que después de tanto tiempo
aún no pudiésemos creer que estábamos juntos, necesitábamos fundir nuestros
cuerpos para comprobar que era cierto.
En
realidad yo me sentía un poco cohibida y había decidido dejar que fuese él
quien tomase las riendas. Después de todo lo que me había explicado sobre las
mujeres de Brasil, no dudaba que él era un hombre experimentado, buen amante y
seguro que exigente; así que deseaba y temía a la vez la llegada de ese momento,
pensando que tal vez no estaría a la altura de las circunstancias.
—He
deseado tanto tenerte así —susurró entre mi
cabello mientras me estrechaba con todas sus fuerzas.
—Yo
también cariño, pensé que nunca llegarías —contesté
consiguiendo levantar la cabeza y mirarle a los ojos.
—Mi
ratita —vio que abría la boca para protestar y me la tapó besándome
con fuerza.
—No
me vuelvas a llamar… —intenté proseguir cuando conseguí respirar, así que me
volvió a besar sin dejarme acabar.
—Tenía
tantas ganas de besarte —dijo divertido ante
mi insistencia.
—Yo
también cariño, pero no me vuelvas a llamar así —pedí
muy digna.
—Está bien, si se me
escapa me castigas con un beso.
—Eso es trampa —me
quejé.
—¿Sí ratita? —preguntó
desafiante, y viendo mi cara de sorpresa me empujó hacia él para que le besara.
Seguía
desafiándome, intentaba romper mis esquemas, sacarme de los estereotipos que yo
tenía preconcebidos y donde durante tanto tiempo me había sentido cómoda,
llevarme al límite para que intentase encontrarme a mí misma, e igual que lo
hizo empujándome a escribir, lo hizo con el sexo.
Después
de comer nos sentamos nuevamente en el sofá para tomar el café; un café para él
y un té con crema de leche para mí. No sabía porqué, pero estaba tensa, una
sensación de inseguridad se apoderó de mí y fui incapaz de relajarme en toda la
tarde. Vamos, suéltate —me animaba a mí misma de vez en cuando—,
pero no era capaz de conseguirlo.
Él
demostró sobradamente conocer el cuerpo de una mujer, y cuantas más pruebas me
daba de ello, más tensa e insegura me sentía yo. Empezó a besar mi cuello y un
escalofrío como nunca antes había sentido hizo que toda mi piel se erizase, me
sentí débil ante la respuesta desorbitada de mi cuerpo, si sólo con besar mi
cuello conseguía esa reacción, ¿qué más podría hacer conmigo?
Mi ropa interior y mi vestido no fueron
capaces de ocultar la reacción de mis pezones que se insinuaron totalmente
erectos, a él tampoco le pasó desapercibido y siguió besando mi cuello en
sentido descendente; mientras, sus dedos expertos desataban la lazada que
cerraba mi vestido, dejando al descubierto mi cuerpo que ahora era totalmente
transparente a cualquier reacción.
Paseó
sus dedos por mi escote hasta llegar a la línea del sujetador, cerré los ojos
para concentrarme en esa caricia, pero también un poco avergonzada, intentado
que no pudiese notar en mi mirada cómo deseaba que traspasase esa barrera. Pronto
noté mis pechos libres y sus labios paseándose sobre ellos; su lengua empezó a
jugar con mis pezones y cada pequeño roce conseguía que una descarga eléctrica
recorriese todo mi cuerpo.
Me empujó suavemente hasta que mi espalda
quedó recostada sobre los cojines. Mi respiración se volvía más agitada por
momentos, sentía sus labios bajar por mi abdomen y sus dedos recorrer el
interior de mis muslos. Noté cómo se abrían paso a través de la ropa interior y
resbalaban por mis genitales, Dios, estaba totalmente mojada —pensé
sorprendida—, increíble, no era tan fácil conseguir eso conmigo.
Una
vez despojada de la ropa interior sentí como su boca seguía descendiendo, sus
labios mordieron mis partes más íntimas y noté cómo me abría por completo. Su
lengua se detuvo en el centro, iniciando un juego deliciosamente placentero que
consiguió arrancarme un concierto de gemidos, notaba como mi excitación crecía
cada vez que su lengua me acariciaba y temí no poderme contener durante demasiado
tiempo.
¿Cómo
era posible que sintiese algo tan intenso?, ningún hombre con los que había
estado se había entretenido tanto tiempo en ese tipo de caricias, siempre eran
como un juego preliminar, pero él seguía y seguía como si quisiese hacerme
llegar al éxtasis de esta manera.
La sensación era tan fuerte que casi
dolía, parecía que algo fuese a estallar dentro de mí, algo mucho más intenso
que cualquier orgasmo que hubiese sentido nunca, pero que me mantenía en la
cima sin conseguir precipitarme al final. Me sentía perdida, como si tuviese
miedo de abandonarme al inmenso gozo que me abrasaba como nunca antes, así que
decidí devolverle algo del placer que él me estaba dando ya que yo era incapaz
de abandonarme totalmente a sus caricias.
Qué desastre, a él le pasó algo parecido,
y aunque disfrutó de cada una de mis caricias, no se sentía bien por no haber
sido capaz de hacerme perder la consciencia. Así que él también se reprimió
hasta que al final decidimos no forzar algo que parecía no querer fluir por sí
mismo.
Recordé contrariada esas idílicas
escenas que algunas películas y libros eróticos describen, esa adoración al
falo y al coito, ¿dónde se inspiran?, la mayoría no sólo son ciencia ficción,
sino lo que yo he bautizado como porno-ficción por alejarse totalmente de la
verdadera sexualidad, sobre todo de la femenina.
He hablado con muchas mujeres sobre este
tema, y son muy pocas las que reconocen haber llegado al éxtasis la primera vez
que han tenido sexo con un hombre, aunque estuviesen enamoradas de éste.
Algunas incluso confiesan haber fingido para no “quedar mal” y acabar cuanto
antes sin ofender a su amado, qué estupidez. Aunque tengo que reconocer que yo
también lo había hecho algunas veces, cosa que no estaba dispuesta a repetir
con él.
Nos pasamos la tarde abrazados, besándonos
sin urgencias, disfrutando del contacto de nuestra piel desnuda, sin más pretensiones
que estar juntos y aprovechar el momento que tanto habíamos anhelado.
—Te
quiero ratita —me susurró a la oreja, tendido detrás de mí mientras me
abrazaba.
—¿Porqué te empeñas
en llamarme así? —me quejé dándole un golpe con mis glúteos desnudos.
—No lo sé cariño,
desde que te cabreaste la primera vez que me encanta llamarte así —rió
divertido—. La verdad es que nunca he usado ese nombre. ¿Nunca nadie
te ha llamado cariñosamente?
—Sí
claro, tú lo has dicho: cariñoso…. cari, peque, cuca, amorete.
—¿Y qué diferencia
hay entre amorete y ratita? Yo lo digo con mucho cariño —me
zarandeó con el brazo—, además, ratita te queda muy bien, es pequeñita como tú.
—Por favoooor —contesté
como si fuese obvia la diferencia.
—¿Ves como eres una
esnob?, ¿porqué todo tiene que ser tan cuadriculado?, tienes que salir de esa
burbujita de orden y perfección en la que estás metida y dejarte llevar, en
esta vida no todo es perfecto, tienes derecho a hacer tonterías y a
equivocarte.
—Yo no soy perfecta —protesté.
—No, no lo eres, pero
tampoco eres capaz de darte permiso para ser imperfecta, algún día aprenderás a
hacerlo.
Exitante y bellos resumenes del Amor!!
ResponderEliminarGracias Gerrado, no es oro todo lo que parece, y aunque la primera vez siempre se idealiza, la verdad es que no es así.
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