martes, 20 de enero de 2015

¿Dónde hay pelo hay alegría?



Según nuestro refranero, donde hay pelo hay alegría. Sin embargo, esto es muy discutible hoy día, ya que ni ellos ni nosotras estamos de acuerdo y, por descontado, las casas de láser son totalmente contrarias a esta teoría.

El pelo en la cabeza, y cuanto más, mejor, ya que es un signo de belleza y salud. Por norma general un poco de vello en el pecho (de él, claro) es agradable, ¿quién no se ha quedado dormida alguna vez mientras aspiraba el olor que impregnaba su torso, y sus ricitos, mientras enredábamos nuestros dedos extasiadas después de hacer el amor?

Actualmente; por moda, por comodidad, o simples preferencias estéticas, el vello no tiene muchos adeptos, de tal manera que ver a los  brazos “peludos” de un hombre suele causar cierto rechazo. Ni que decir tiene que el vello en la espalda, o allí donde la misma pierde su casto nombre, puede resultar incluso repugnante.

No nos engañemos, nos hemos habituado a ir depiladas, y no hacerlo se considera una falta de higiene, así que empezamos a exigir lo mismo: yo me “pelo”, tú te “pelas.

Últimamente (no sé si os habéis fijado) por el vestuario del gimnasio desfilan pubis de todo tipo: totalmente depilados, en forma de pequeño triángulo, una fina rayita y múltiples filigranas dignas de artistas. Los hay de todo tipo y colores, incluso quien luce sin reparo sus melenas, que “haberlas haylas” y, al final son las que más llaman la atención.

¿Y los hombres, se rasuran los hombres los genitales? Pues claro que sí, lo hacen por dos razones básicas, porque así su pene parece de mayor tamaño y, sobre todo, porque nosotras se lo pedimos. Que no es lo mismo tener en la boca un falo rasurado, que la boca llena de pelitos.

Si aún no lo has probado y no sabes cómo introducir el tema, sigue leyendo el relato erótico y, sobre todo…. compártelo con tu pareja.


                                         ... Mini relato erótico....


Abrió los ojos sorprendida cuando lo vio aparecer en la sala con una toalla al hombro.
     –Cariño, he cambiado la cuchilla –dijo con una sonrisa traviesa, mientras levantaba la mano donde blandía la maquinilla de afeitar.
     –¿Qué piensas hacer? –preguntó ella totalmente azorada, consciente de que se había empezado a sonrojar.
     –Rasurarte, me muero por hacerlo desde que hablamos de ello –respondió él mientras colocaba los útiles que portaba en la mesita.
     –Pero… –quiso protestar ella, viendo cómo extendía la toalla sobre el sofá.
     –No hay peros que valgan, confía en mí–respondió él divertido, advirtiendo que el color de sus mejillas se acentuaba por momentos.

     La besó para evitar que volviese a protestar, sabiendo que era la mejor manera de calmarla. Paseó los dedos por su cuello mientras la miraba fijamente, notando como se le erizaba la piel bajo su tacto. Siguió bajando lentamente hasta su escote y empezó a desabrochar los botones de la blusa, deslizando después la manga por uno de sus brazos, observando su hombro desnudo, sin poderse resistir a recorrerlo con sus dedos mientras la miraba.

     Repitió el mismo acto con el otro, como si fuese un ritual, y atraído una vez más por su cuello desnudo, posó sus labios en él y empezó a descender lentamente hacia su clavícula, mordisqueando suavemente con sus dientes, sin llegar a presionar. Notó que ella se estremecía y apreció sus pezones erectos debajo de la fina tela del sujetador, la liberó de esa pieza dejando que cayese al suelo.

      Recorrió sus senos rozándolos apenas con las puntas de sus dedos, mirándola fijamente a las pupilas donde veía crecer el deseo. Siguió deslizándose por su estómago, viendo como ella cerraba los ojos para concentrarse en su caricia y, arrodillándose ante ella, desabrochó su pantalón hundiendo la cara en su abdomen, aspirando su olor mientras paseaba los labios por su piel, sintiendo los dedos de ella que acariciaban su cabello atrayéndolo hacia ella. Dejó que los pantalones resbalasen por sus piernas y la atrajo por las caderas para recorrer su vientre con la lengua, notando la presión de las manos de ella sobre su cabeza invitándolo a seguir.

       Colocó un dedo a cada lado de las braguitas para hacerlas descender, y rodeándole los glúteos con las manos los empujó hacia él para acercarse a su pubis y dejar que sus labios lo rozasen. Volvió a ascender para buscar sus labios, empezando a desabotonarse la camisa mientras la besaba, y ella acabó de quitársela para poder sentir el contacto de su pecho sobre el suyo propio. Laura le desabrochó el pantalón y descendió para bajárselos junto con el slip, mientras empezaba a pasear los labios por su piel; le gustaba estar cerca de su miembro y notar como éste empezaba a hincharse, hasta erguirse por completo respondiendo a sus estímulos. Sin embargo, él la tomó de los brazos y la ayudó a ascender nuevamente, tendiéndola sobre el sofá y liberándola de la ropa que se arremolinaba a sus pies.

     Pasó sus dedos por la boca de ella que lo miraba expectante, los recorrió después con los labios sin dejar que ella se fundiera en el beso apasionado que esperaba.
     –Chisss… no te muevas –ordenó.

     Por toda respuesta ella emitió un sonido gutural de complacencia. Siguió deslizándose a lo largo de su cuerpo, dejando que sus labios rodasen por sus pechos, parándose en los pezones, rozándolos apenas en una suave caricia, para seguir descendiendo hasta llegar al pubis; donde se entretuvo mientras con los dedos acariciaba la parte interna de los muslos.

     Separó suavemente sus rodillas para dejar descubiertos sus genitales, los recorrió con un dedo mientras la miraba con una sonrisa cargada de complicidad. Humedeció una mano en el recipiente de agua, dejando que el líquido resbalase después por las puntas de sus dedos, observando como las gotas caían lentamente sobre su pubis. Notó como la piel se le erizaba al sentir el contacto del líquido y levantó los ojos; pero no encontró disgusto en su mirada, sino el asentimiento que se confirmó cuando ella se acomodó sobre su espalda separando totalmente las rodillas para exponer sin reservas sus zonas más íntimas.

     Alentado por su invitación empezó a rociarla con la crema de afeitado, extendiéndola después con sus dedos, sintiendo como se estremecía con cada uno de sus movimientos. Empezó a pasar la cuchilla de manera suave y precisa, consciente de lo delicado que resultaba, intentando no perder el pulso, conseguir no alterarse con la visión de sus genitales totalmente desnudos, liberados de la barrera que antes los cubría con un tapiz de vello.

     Una vez estuvo seguro de que estaba totalmente rasurada, volvió a rociarla con agua para eliminar posibles restos de jabón, secándola después con sumo cuidado. Pasó un dedo lentamente, apreciando la piel suave y delicada, recorriendo cada uno de sus relieves, mirando todos los detalles que ahora apreciaba en su total desnudez. La coloración de sus labios mayores, un poco más oscuros que el resto de su piel; los labios menores, ligeramente rosados, culminados por la capucha del clítoris, totalmente hinchado.

     Siguió con su análisis, consciente de la hipersensibilidad de la zona, ahora desprovista de cualquier protección, y que el roce de sus dedos ahora incrementaba la intensidad de las caricias que ella recibía. Lo advertía en su respiración acelerada y en el suave jadeo que se escapaba de su garganta, confirmándolo la humedad que se abría paso a través de la apertura de su vagina, indicándole que estaba totalmente excitada, haciendo que su propia excitación se incrementase también.
     Reprimió su deseo de seguir observando los recientes descubrimientos, para ceder a la necesidad de probarlo con su lengua también, sabiendo que para ella sería mucho más placentero. Descubrió lo agradable que resultaba acariciar su piel lisa y tersa, dejar deslizar su lengua sin ningún tipo de obstáculo; reconstruir a través del tacto las imágenes que tenía grabadas en la mente de sus genitales totalmente rasurados, consiguiendo sobreexcitarlo y notar que su pene, totalmente erecto, palpitase desenfrenado exigiendo empezar a explorar él también.

     Ascendió lentamente hasta colocarse encima de ella, que le devolvió la mirada cargada de deseo, le acarició el cuello con sus labios, dejando que su falo advirtiese la calidez de su piel, ahora lampiña,  mientras se frotaba contra ella, resistiéndose al deseo de penetrarla para seguir disfrutando de ese contacto.
      Notó como ella buscaba sus labios para besarlo, percibiendo también la necesidad que le transmitía a través de su boca y no lo dudó más. Sintió sus piernas rodeándole los glúteos atrayéndolo hacia ella, su pelvis empujando contra él, incrementando poco a poco la frecuencia de sus movimientos, propagándole su urgencia hasta traspasarlo a él también. Se acopló al ritmo que ella marcaba, abandonándose al compás del masaje de sus membranas que lo envainaban, hasta que dejó de retenerse al notar sus contracciones confundiéndose con sus propios espasmos.

     Sentía el contacto de sus dedos recorrer su espalda, el leve estremecimiento que producía su caricia en su cuerpo relajado, sus piernas aún entrelazadas. Se incorporó para liberarla de su peso mientras se tendía junto a su espalda, acoplándose a su cuerpo mientras la abrazaba.
     –¡Oh!, cariño, tendríamos que haber probado esto antes –le susurró al oído mientras volvía a recorrer su pubis con la yema de los dedos. 
     –Tienes razón –contestó Laura extasiada–, pero ahora que ya lo sabemos podemos probarlo contigo, no te imaginas lo placentero que resulta –propuso mientras se acariciaba también, gratamente sorprendida por el aumento de sensibilidad que la piel de esta zona había experimentado al verse liberada del vello.
     –Ummm, estoy deseando ponerme en tus manos –contestó entusiasmado, notando un agradable cosquilleo en su pene que, empezaba a despertarse otra vez ante la dulce perspectiva.

Resumen de un relato de "Estel, amor y miseria"Leer un capítulo 

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