domingo, 8 de septiembre de 2013

Al calor de la chimenea

Resumen adaptado de la novela “Estel, amor y miseria” Seguir leyendo
 

Laura se sienta en el sofá situado delante de la chimenea de la casa rural que han alquilado mientras Alex añade unos leños a la chimenea.


    –Sólo por ver esta panorámica valía la pena venir.
 –¿Qué panorámica? –preguntó sin entender, mientras giraba la cabeza para sorprenderla con la mirada perdida en sus glúteos que él exhibía mientras alimentaba el fuego–. ¿Qué estás mirando? –volvió a preguntar mientras se incorporaba y la amenazaba con las tenazas.
    –Ummm, la cena –respondió sugestiva.
  –Ah sí, y, ¿tienes mucho apetito? –preguntó mientras se le acercaba.
  –Tú no sabes el hambre y los instintos primitivos que en mí despierta la proximidad de un fuego.
    –¿Más que a mí el mar? –quiso saber él, porque ella siempre le había dicho que cuando hacían el amor en el barco él se comportaba de una manera especial.
    –Mucho masss –contestó con voz silbante mientras daba unas palmaditas al sofá, invitándole a sentarse a su lado.
     –Ohhh, esto se empieza a poner interesante… –dijo mientras se sentaba sin poder acabar de hablar, porque ella le tapó la boca con sus labios, poniendo un ímpetu en ello que Alex no recordaba.

     Hacía tanto tiempo que Laura no estaba delante de una chimenea, que casi no recordaba los efectos que en ella producía el calor del fuego. La excitación de ver reflejado el color de las llamas en el cuerpo desnudo del ser amado, el placer de reseguir las sombras de su movimiento danzarín con sus propios dedos, la necesidad de encenderse ella misma hasta arder completamente.
     La noche había caído y la única claridad era la del fuego, que se extendía en forma de sombras claro oscuras y ondulantes que se alzaban hacia el techo, abrazándolos en el calor de su regazo. Laura notó los dedos de Alex que la empezaban a desvestir lentamente, acariciando con sus labios la piel que quedaba desnuda, pero su estado de excitación no le permitía saborear los preámbulos que otras veces tanto apreciaba.
     De un tirón se sacó por la cabeza la ropa que llevaba puesta, y mirando a Alex que la observaba sorprendido casi le arrancó su ropa también. Pasado el desconcierto inicial éste también se sumó a la urgencia que ella le solicitaba, y cuando sintió los dientes de ella sobre su cuello, con más fuerza de lo habitual, lejos de sentirse dolorido, sintió despertar una oleada de placer y deseo desenfrenado que lo invadió de manera fulminante.
     Respondió a sus caricias con la misma contundencia, mordió cuando ella mordía, sometía cuando ella intentaba someterlo, dejándose llevar por el ritmo que ella había impuesto y que al parecer no era otro que gozar sin continencia, olvidado de las caricias dulces y tiernas para atraerla con fuerza por la cintura, mientras ella se movía a un ritmo frenético cuando se sentó encima de él después de envainarlo. Sujetándole con fuerza sus manos por encima de la cabeza cuando sintió la necesidad primitiva de ser él quien dominase, tendiéndola sobre el sofá y embistiendo con fuerza cuando sintió sus piernas rodearle los muslos, y acoplarse a sus movimientos enardecidos de una manera también frenética. Hasta que la sintió gemir con más fuerza de lo habitual y se contagió de su clamor, desatándose él también en un concierto jadeante, sin escamotear ningún sonido, sabedor de que nadie podía oír sus gritos, hasta caer encima de ella totalmente desfallecido.
     –Nunca te había oído gritar así –escuchó la voz de Laura en la lejanía, indicándole que se había quedado amodorrado.
     –Yo tampoco a ti, pero me gusta oírte gritar sin control, no conocía esta faceta tuya, desata mi parte más salvaje –respondió mientras mordisqueaba su oreja.
      –Cromañón.
     –¿Cromañón?, te recuerdo que has sido tú quien ha empezado, debo llevar tus dientes marcados por todo el cuerpo –se queja.
     –Pobrecito, ¿dónde te duele?
   –Aquí –responde él, señalando la parte del cuello donde ella asestó su primer mordisco en plena excitación, y que más que lastimarlo consiguió excitarlo de una manera descontrolada.

    Laura pasea sus labios por la zona señalada, donde efectivamente se aprecia un leve color morado, y él, aprovechando la disposición de ella sigue señalando zonas donde ella no recuerda haber mordido, aunque fue tal su arrebato que no consigue recordar demasiado más allá de la enajenación que la llevó a la necesidad de poseerlo, y el deseo de ser poseída por él de manera animal y casi salvaje.
     Observa que Alex vuelve a comportarse con la delicadeza de siempre, y que cuando nota que su estado de excitación es latente, cambia de situación para ser él quien cubra su cuerpo de caricias, siente sus labios jugar con su cuello mientras sus dedos acarician la parte superior de sus senos, despertándolos y preparándolos para recibir después la succión de su boca. Siente sus dedos descender por su abdomen hasta llegar a su pubis, que ahora se ha acostumbrado a llevar rasurado, y donde se detiene trazando dibujos imaginarios porque sabe que ahora esa zona es más sensible, el placer más intenso y, por lo tanto, también las expectativas que genera.
     Nota sus dedos descender suavemente por la parte externa de sus muslos, pararse a la altura de las rodillas y entretenerse en las corvas, mirándola a los ojos para observar sus gestos y la contracción involuntaria de sus labios cada vez que una oleada de placer la recorre. Le gusta observar los cambios que la excitación produce en ella, lo enciende y lo anima a seguir ascendiendo por la parte interior, notando como ella entreabre las piernas para facilitarle el roce de sus dedos, ofreciéndole sus zonas más íntimas.
     Empieza a masajear su vulva, totalmente húmeda sin saber qué parte de fluidos le corresponden a él mismo, porque recuerda que poco antes se había desbordado dentro de ella, y el recordar el frenesí de esos momentos le hace sentir el deseo de recorrer esa zona con su boca. Aprecia el sabor levemente ácido de su propio semen mientras lo acaricia, y cómo ella arquea su cuerpo al sentir el contacto de sus labios para acercarse más a él, pasea su lengua por el clítoris hasta que la oye empezar a emitir los sonidos familiares que le indican que está en un momento álgido de excitación, empieza a succionar con los labios mientras con la lengua acaricia el glande totalmente hinchado, recuerda el placer que él siente cuando ella le regala esa caricia e intenta imitarla en sus movimientos, animado por el jadeo de ella, que va aumentando en intensidad e incrementa también su excitación y su necesidad de penetrarla. Sabe que sus orgasmos son mucho más intensos si sigue estimulando esa parte de su cuerpo, pero ya no puede retrasar por más tiempo su necesidad de estar dentro de ella.
      La coge por la cintura y la ayuda a girarse hasta tener sus glúteos expuestos a su vista, una imagen que nunca se cansaría de ver, se coloca detrás de ella y la atrae con suavidad hasta perderse en su cuerpo caliente y húmedo, aunque antes de empezar a moverse acompaña su mano hasta sus genitales para que ella misma se siga estimulando, y cuando oye que ella empieza a gemir nuevamente, recobrando el ritmo antes marcado y el nivel de excitación que sigue incrementándose, empieza a moverse él también, ocupado ahora en su propio placer, porque sabe que ella no tardará demasiado en llegar a su momento más álgido, y que cuando sienta sus contracciones presionando su pene también él se acabará enajenando.
    
     Nota su respiración mucho más agitada, indicándole que el momento ya está cerca y eso lo altera a él también, recuerda la excitación salvaje que sintió al oírla gritar horas antes y desea volverla oír, volver a sentir ese deseo primitivo y animal de posesión y dominio.
     –Quiero oírte gritar –ordena con voz alterada.
    –Me gusta que me hagas gritar de placer –responde elevando su voz entrecortada, alternando las sílabas con los sonidos guturales que ahora no reprime.
     –Más, quiero oír cómo te deshaces de placer.
   –No voy a aguantar mucho más cariño –grita mientras deja de estimularse porque sabe que si continúa haciéndolo acabará derritiéndose en unos segundos.
   –Más, grita más –la anima él gritando también, contagiado por sus gemidos entrecortados que aumentan su excitación y lo obligan a incrementar el ritmo de sus embestidas, hasta que oye como sus alaridos de placer decrecen, inversamente a los espasmos de su vagina que le rodean y le aprisionan; se queda quieto, con los ojos cerrados, concentrado sólo en sentir esos movimientos que constriñen la parte más sensible de su cuerpo, obligándolo a abandonar su contención para eyacular momentos después.
      –No sabía que fuese tan buena la vida en el campo –susurra en la oreja de Laura mientras se deja caer encima de ella, notando como el sudor de su pecho se mezcla con el de la espalda de ella.
     –¿A qué te refieres exactamente?  –pregunta ella riendo.
     –A poder gritar sin contención ni miedo a ser oído por nadie.
   –Cariño, si había alguien cerca debe de haber salido huyendo –le responde, después de soltar una sonora carcajada.
     –Másss grita másss  –repite él de manera sensual en su oreja, riendo mientras recordaba ese momento desenfrenado.
     –Bárbaro.
    –Pero, ¿a que te gusta? –pregunta mientras la libera de su peso y se tiende a su lado, encarándola para mirar sus ojos mientras le responde.
     –Me encanta.

     Hace rato que siente los dedos  de él recorrer su espalda, Alex piensa que sigue dormida, pero se despertó antes que él, lo sabe porque siente su respiración acompasada detrás de ella, sus brazos protectores rodeándola, uno por el cuello y otro por la cintura, hasta que sintió como retiraba una de sus manos y empezó a acariciar su espalda: arriba y abajo, de manera acompasada, interrumpido solamente para depositar sus labios como una ventosa, suave, levemente; y volver a repetir los dibujos arabescos sobre su piel.

     Es tan agradable la caricia que no quiere que pare, por eso no le dice nada, pero el fuego se está apagando y no puede prorrogar mucho más esa situación, alargar la sensación de plenitud en que se encuentra, no sólo física, sino también mental; esa placidez y sosiego que siempre siente cuando está con él. Lo pensaba mientras veía las llamas alzarse, y su sombra elevarse hasta las vigas de madera, las viejas vigas de madera que seguramente nunca habían sido testigos de un amor tan desenfrenado.

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