martes, 29 de octubre de 2013

Porno-ficción

Según la RAE:


El erotismo es
1.  Amor sensual.
2. Carácter de lo que excita el amor sensual.
3.  Exaltación del amor físico en el arte

Por otra parte la pornografía se refiere a:

1. Carácter obsceno de obras literarias o artísticas.
2. Obra literaria o artística de este carácter.
3. Tratado acerca de la prostitución.

A mi entender (y seguramente muchos no coincidan, o no les guste reconocerlo), esta es la razón por la cual es difícil encontrar películas mal llamadas eróticas o pornográficas que gusten a las mujeres.
La pornografía describe o representa el acto sexual con la única finalidad de excitar sexualmente a la persona que lo está leyendo o mirando. Muchas veces el acto sexual se representa de forma bastante violenta y casi siempre hay una relación de poder del hombre hacia la mujer, que mantiene una actitud muy sumisa y además disfruta con esta sumisión… Por lo tanto es normal que este tipo de escenas provoque rechazo en la mujer, ya que está desvirtuando totalmente su sexualidad y establece unos roles que no son ciertos ni deseables para ella.


El erotismo en cambio es una visión más amplia del sexo donde el amor y el deseo sensual están unidos y no habla únicamente del acto sexual físico o de sus expresiones fisiológicas, sino de todas sus connotaciones y proyecciones. Describe o insinúa las escenas que conseguirán despertar el deseo a través de la propia imaginación consiguiendo llevarnos al éxtasis y por lo tanto no provoca rechazo ni genera violencia. El amor sensual quiere decir dar y recibir amor de la más intensa e íntima de las maneras…

Es totalmente contradictorio hacer sufrir a la persona con la que te estás compartiendo íntimamente y utilizar la violencia física para excitarte viendo como sufre el otro… o mejor dicho la otra, porque generalmente son mujeres.

Hay una gran confusión entre ambos términos y no es cierto que a las mujeres no nos guste la pornografía, el problema es que desgraciadamente en casi todas las imágenes o literatura se nos utiliza para dar placer al hombre sin tener en cuenta cuáles son nuestros deseos, e incluso las normas más básicas del placer femenino.

Dicho esto, existe otro género que yo denomino porno-ficción aunque es conocido por pornografía.

¿Por qué porno-ficción?, pues porque además de estar marcado por una clara dominación del hombre sobre la mujer –disfrutando ella de este dominio– y una gran adoración al falo y todas las variantes posibles del coito, entra en el terreno de la ciencia ficción por ser irreal rayando incluso la anormalidad física.

Todos los hombres necesitan un tiempo de recuperación después del orgasmo, por lo tanto lo “anormal” es tener innumerables orgasmos y eyaculaciones inacabables como la porno-ficción nos quiere hacer creer para disfrute visual y desespero (por comparativa) de sus consumidores.

Las medida media de un falo es de unos 15 cm. y una vagina unos 12cm.  aunque tenga la capacidad de adaptarse. Por otro lado la vagina sólo es sensible en su primer tercio (4 cm. aproximadamente) por lo tanto todos los demás centímetros sobran para dar placer a una mujer. ¿Por qué se empeñan en mostrarnos súper falos como si fuese una razón “sine qua non” para disfrutar de buen sexo? Curiosamente hay muchas más mujeres que se quejan de un pene grande que pequeño. Lo que cuenta es la habilidad, no el número de veces que se introduzca o el tiempo que dure el “frotis”.

 

La mayoría de las mujeres son clitoridianas e incapaces de sentir placer sólo con la penetración ¿por qué la porno-ficción escenifica siempre coitos vaginales interminables que lo único que consiguen es cansar?

 

Lo último es hacernos creer que todas las mujeres disfrutan con el sexo anal. Algunas sin duda lo hacen si están excitadas y se las sigue estimulando en otras zonas, pero nunca sólo a través de la penetración anal, que además puede resultar muy dolorosa, de hecho, la mayoría de las mujeres (sinceras y seguras de su sexualidad, que no necesitan convencerse de lo que otros creen bueno para ellas) así lo declaran.

 

Y, por último, ¿por qué esas caras de fingido placer que no engaña a nadie?, a nadie medianamente inteligente, se entiende… Menos porno-ficción y más sinceridad y complicidad con la pareja, ese es el único secreto para disfrutar de una sexualidad plena y satisfactoria.


Todo lo que he expuesto es una opinión personal, pero basado en el intercambio de impresiones con muchas, muchísimas mujeres y algunos hombres -que al parecer nunca son encuestad@s-, vistos los resultados que se hacen públicos en algunos medios.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Esos dulces azotes que me encienden

Relato extraído de "Carmín, el lado oculto" Ver vídeo

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Llovía a raudales y me había dejado las ventanas abiertas así que subimos las escaleras corriendo y llegamos empapados y sudorosos, descalzándonos y cubriéndonos con una toalla para no mojarlo todo más de lo que ya estaba, esperando para ducharnos después de cerrar ventanas y secar suelo y muebles.

—¡Oh! mi pobre agenda, se ha corrido toda la tinta —ex­clamé secándola con la toalla que llevaba puesta alrededor del cuerpo, que cayó a mis pies dejándome totalmente desnuda.
—Ummm, me encanta verte limpiar —paró de secar el suelo con la fregona que llevaba en las manos para observarme.
—Tú tampoco estás mal pasando la fregona con esa toallita en la cintura —le pegué un cachete en el glúteo mientras me reía, porque la imagen realmente era muy sugerente.
—¿Me has pegado? —rió amenazador, soltándola para abrazarme por detrás e inmovilizarme.
—No te he pegado, sólo te he acariciado con fuerza —con­testé intentando escaparme—. Estás tan mono con esa toallita.
—No es cierto —me sujetó con más fuerza, riendo junto a mi oído—, me has pegado —mordió mi oreja un poco más fuerte de lo habitual.
—¡Ahhhh! —me quejé—. Animal —intenté, sin conseguirlo, separar lo sufi­ciente mis caderas para coger impulso y darle un golpe con mis glúteos en esa parte de la anatomía masculina donde más duele.
—Cariño, así lo único que estás consiguiendo es excitarme.
—Ya lo veo —contesté, cambiando de estrategia y frotándome contra la protuberancia que empezaba a crecer bajo la toalla, que milagrosamente conti­nuaba en su lugar.
—¿Si te suelto prometes no volverme a pegar? —preguntó poniendo una mano en mi vientre y atrayéndome más contra él.
—Lo intentaré, pero si el resultado es éste, tal vez debería seguir haciéndolo.
—¿Ah sí?, ¿estás agresiva hoy?, recuerda que soy más fuerte que tú —amenazó.
—No serás capaz —le reté.
—¿Quieres comprobarlo? —Preguntó mientras me cargaba al hombro y caminaba en dirección a la habitación, aguantando mis piernas con sus brazos mientras mi tronco colgaba por su espalda.
—¡Noooo! Me quejaba riendo mientras le seguía cacheteando en la espalda y los glúteos, ahora totalmente desnudos pues la toalla no había aguantado tanta presión.
—¿Y ahora qué? —me descargó sobre la cama y se colocó encima de mí, inmovilizándome las muñecas mientras me miraba burlón.
—Perdón, perdón —supliqué riendo—, no lo volveré a hacer más.
—Más te vale, si me vuelves a golpear no me reprimiré, me encantaría azotar ese culito maravilloso.

Y como si esa idea lo encendiese, se hundió en mi boca con fuerza, frotándose contra mí mientras me besaba con ardor. Lo abracé con las piernas y me acoplé a la intensidad de sus labios y su lengua, que parecían estar librando una batalla por invadirme.
—Eres una mandona —se separó para mirarme desafiante.
—No es cierto —volví a negar por enésima vez, ya que siempre que hacíamos el amor me decía lo mismo—, sólo soy apasionada.
—Yaaa, apasionada y dominante.
—Si tú lo dices —concedí mientras apretaba más mis piernas contra él.
—Lo bueno es que sé cómo desarmarte.
—¿Ah, sí?, ¿cómo? —Pregunté como si no lo supiese, aunque inmediatamente relajé mis piernas y dejé de inmovilizarlo.
—Cuando beso tu cuello pierdes todas tus fuerzas, es tu talón de Aquiles —dijo mientras lo recorría con un dedo.
—Me gusta que conozcas mis puntos débiles —respondí apartando el cabello para ofrecérselo—. Desármame.
—Hasta sin fuerzas te gusta mandar —susurró mientras empezaba a pasear sus labios en sentido descendente.

A partir de ese momento dejé de articular palabra, el único sonido que salía de mi boca era algún suspiro, que poco a poco fue subiendo de intensidad cuando la excitación fue apoderándose de mi cuerpo y anulando mi mente.

Era difícil mantenerse impasible a sus caricias, notar su boca recorriendo mi pecho con pequeños roces apenas perceptibles, consiguiendo despertarlos hasta hacerme desear que los succionase y lamiese con fuerza. Sentir sus dedos bajar por mi abdomen, pararse trazando insinuantes círculos para crear expectativas hasta conseguir que mi pelvis se elevase como si tuviera vida propia, exigiéndole más y más.

Notar sus manos apoyarse en mis muslos para separarlos, apreciar sus labios descendiendo con deliberada lentitud hasta de­te­nerse en el centro. Percibir su ávida lengua hacerse paso, separando con delicadeza los pliegues que se abrían para exhibir mis zonas más sensibles. Y, a partir de aquí, perder el mundo de vista y concentrarme sólo en la espiral de placer que crecía por momentos invadiéndome por completo, desatando emociones y sensaciones imposibles de controlar.
—¿Así que te gustan los cachetes? —Creí oír en algún momento.
—¿Qué? —pregunté sin entender muy bien lo que había dicho.
—¿Te gustaría que yo te diese unos cachetes?

Creo que en ese momento le habría dicho que sí a cualquier cosa, había parado de tocarme y yo sólo quería que siguiese, que me acariciase, que me penetrase, que me diese un cachete; pero que continuase con ese dulce martirio que podía frenarse en seco de un momento a otro si no continuaba estimulándome.
—¿Te gustaría? —Volvió a preguntar.
—Sí —respondí—, sigue por favor.
—No te he oído —dijo mientras me daba la vuelta e inclinaba mis caderas para penetrarme desde detrás.
—Sí, quiero —contesté mientras le sentía entrar dentro de mí, notando la fuerza de su penetración, mucho más profunda de lo habitual en su primera embestida.
—¿Qué es lo que quieres? —Preguntó mientras acercaba mi mano a mis genitales para que no dejase que mi excitación se perdiese.
—Quiero que me des un cachete —gemí, recuperando el frenesí de hacía unos momentos, con mi propia estimulación.
—¿Así? —Preguntó mientras dejaba caer su mano con suavidad.
—Sí, así —respondí sin apreciar apenas el golpe.
—¿O así? —Golpeó con más energía.
—Así, así me gusta más.
—¿Más? —Preguntó pasado un rato mientras con una mano aguantaba mis caderas para amortiguar sus acometidas y con la otra acariciaba mis glúteos.
—Sí —respondí, aunque en ese momento yo estaba tan concentrada en mi propio placer que había perdido la noción de si su mano había vuelto a descargar sobre mis nalgas.

Sentí su mano dar unos cuantos cachetes más, pero después me acariciaba suavemente y sentía un agradable cosquilleo que asombrosamente me encendía más y me empujaba al éxtasis que estaba a punto de llegar, mi respiración se agitaba por momentos y todo mi cuerpo se congestionó, perdiendo por unos instantes la noción de lo que estaba pasando.
—Oh nena, cuando siento que me aprietas de esta manera pierdo el control.
—Me gusta hacerte perder el control —contesté recuperando el dominio de mi cuerpo y apretando con fuerza mis músculos vaginales.
—No, no puedo más —Sentí su respiración alterarse violentamente, quedarse un momento inmóvil y las palpitaciones de su miembro presionando dentro de mí.

Me dejé caer boca abajo y él a mi lado, con un brazo alrededor de mi cintura mientras depositaba suaves besos en mis nalgas.
—¿No te he hecho daño verdad? —Preguntó preocupado.
—No más que yo a ti cariño —respondí con una sonrisa.
—No compares ratita —Abrió su mano y posó la mía, que parecía enana, encima de la suya.
—Está claro que no debo pelearme contigo, aunque estas “peleas” son bastante excitantes.
—¡Oh! nena, son muy, muy excitantes, habrá que repetirlo.

viernes, 4 de octubre de 2013

Masaje, dulce masaje.

      Resumen adaptado de la novela  "Carmín, el lado oculto" Ver vídeo
     
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      —Estaba pensando en hacerte un masaje de esos que te dejan  súper relajada contestó, pasando un dedo por mi escote. ¿Qué te parece? Seguro que eso te hace olvidarlo todo.
       Ummm, eso suena muy bien reconocí, olvidándome de todo mi malestar ante tan dulce expectativa, atrayéndolo hacia mí para besarlo Pero hoy me tocaba a mí darte el masaje.

      Hacía tiempo que nos habíamos acostumbrado a un masaje erótico las noches que él se quedaba a dormir en casa, un día lo hacía el uno y al día siguiente el otro. Era una hora de relajante placer que después se podía alargar hasta altas horas de la noche. Las únicas normas eran que el que recibía el masaje no se podía mover hasta que el otro lo permitiese, cosa que tengo que reconocer me daba cierto poder sobre él, porque el cuerpo de la mujer tiene muchos más recursos.

       Protegía la cama para que el aceite no traspasase, unas cuantas velas en las mesitas y una varita de incienso de canela que en pocos momentos impregnaba el aire de un dulce olor. Programaba una música especial para masajes que duraba media hora para que se fuese repitiendo, permitiéndome organizar el tiempo sin que él se diese cuenta.
       Jon Bao (abrazo), es una música melodiosa de piano y arpa, que consigue penetrar en la mente haciendo que los sonidos se transmitan a las manos y al resto del cuerpo en movimientos rítmicos que se convierten en caricias llenas de armonía, transportando al que las recibe, y también a quien lo da, a un mundo aparte.

       Me arrodillé en la cama totalmente desnuda, antes de que él se tendiese ofreciéndome la espalda. Me gustaba ver sus ojos mientras frotaba mis manos y mis brazos con aceite, cómo subía su excitación mientras él mismo untaba mis pechos y mis genitales con el líquido tibio, sabiendo que utilizaría todas mis partes engrasadas para masajearle después. Le besé dulcemente y le empujé hasta que quedó totalmente tendido y expuesto a mi voluntad.
       Dejé caer el aceite sobre su piel y empecé a masajear su cuerpo, siguiendo el ritmo de la música, repitiendo cada movimiento tres veces, primero amasando en sentido ascendente muy lentamente, para volver a bajar con agilidad. Repetía los movimientos en sus dedos, sus pies, sus pantorrillas…
       Al llegar a sus glúteos me arrodillé entre sus piernas abiertas y con ambas manos acaricié sus nalgas con firmeza, sintiendo el calor que desprendía su piel. Seguí una a una sus costillas, y mientras mis manos ascendían hacia sus hombros, mi antebrazo le masajeaba con más fuerza en la espalda.

       Me dejé caer sobre él, deslizando mis pechos sobre la parte interna de sus glúteos, intentando no tocar sus genitales, que permanecían aplastados sobre el colchón, para no excitarle. Seguí resbalando con mi busto por su cintura, por su espalda, frotando mis genitales en sus muslos. Mi cuerpo serpenteaba encima del suyo y notaba su respiración agitarse, así que me quedé quieta acoplada a su cuerpo, dedicándome a dejar que se relajase un poco bajando por sus brazos, friccionando sus manos con las mías, sus dedos con mis dedos.
       Para acabar de eliminar su incipiente tensión empecé a masajear su cuello y su cabeza con los dedos, estaba acabando la media hora de música y debía darse la vuelta, no me podía arriesgar a que tuviese una erección y que todo se acelerase. Me gustaba tener el control en mis manos, en mis pechos y en todo mi cuerpo, saber que con mi roce podía controlar su excitación, provocándole un placer moderado que poco a poco iba aumentando sus expectativas conforme lo acariciaba.
       Date la vuelta cariño le susurré al oído mientras me incorporaba, dejándole espacio para girarse.
       Ummmm dejó escapar un gemido, mezcla del estado aletargado en que se encontraba y el disgusto por tener que girarse.
       ¿No quieres que te masajee por delante? susurré sabiendo la respuesta inmediata.
       Siiiii, balbuceó tendiéndose de espaldas con dificultad.
   Entonces tendré que volver a untarme respondí mientras mis manos engrasadas se deslizaban por mis pechos y mi vientre, sabiendo que él me observaba con los ojos semicerrados y anhelantes.

       Sonreí satisfecha, dejando caer el aceite por su torso y por sus abdominales, viendo cómo se escurría por su pene y sus testículos sin que yo los tocase, él dejó escapar un murmullo de complacencia apenas perceptible, preludio de los que vendrían después. Me volví a situar entre sus piernas para masajearlas, subí por sus caderas, su abdomen y su pecho hasta llegar a su cara para masajear sus sienes y sus orejas, tenía que mantenerlo relajado si quería evitar que su incipiente erección impidiese llegar al final de manera precipitada.

       Cuando noté que su respiración volvía a ser pausada empecé a descender nuevamente por su pecho y por su vientre. Levanté sus rodillas para poder acceder fácilmente a la parte interna de sus glúteos, ya que había descubierto que esa caricia le proporcionaba un inmenso placer. Mis dedos lubricados se movían con destreza por su ano y su periné, notando como sus testículos empezaban a congestionarse.
       Los cogí entre mis manos y empecé a masajearlos con delicadeza, el dedo pulgar zigzagueando por encima, el resto acariciando por debajo, atenta a su respuesta. Seguí subiendo por su pene totalmente erecto, los dedos con movimientos serpenteantes, deslizándose de abajo a arriba y otra vez de arriba hacia abajo, ayudada por el aceite que me permitía frotar con firmeza y suavidad a la vez.
      
        Dejé caer mis manos sobre la cama y atrapé su miembro entre mis pechos, el aceite permitía que se deslizase fácilmente entre ellos, era una sensación muy placentera también para mí. Subía y bajaba sintiéndole resbalar, notando como la temperatura y la tensión se incrementaba. Cuando noté que su erección palpitaba con fuerza, sin dejar de acariciarlo con los pechos, atrapé su glande con la boca y empecé a trazar pequeños círculos con la lengua, sabiendo que esta caricia era el principio del fin.
       Sus manos se posaron sobre mi cabeza, notaba que no podría contenerse mucho más, por eso intervenía a pesar de saber que no podía hacerlo. Retiré sus manos y ascendí apoyándome en ellas, frotando mi cuerpo sobre él en mi camino hacia su boca, y mientras lo besaba seguía friccionando mis genitales sobre los suyos, resbalando con facilidad mientras me estimulaba y notaba que mi propia excitación se incrementaba.

       Me incliné para ponerme a horcajadas sobre él, dejándome caer con suavidad para envainarle, sintiendo como entraba dentro de mí, resbaladizo, firme y, sobre todo, ardiente. Sus manos se posaron sobre mis glúteos y empezaron a moverme rítmicamente, notaba el fuego incrementarse dentro de mí, necesitaba que tocase mis pechos, súperestimulados aún por el roce del masaje, pero sus manos estaban ocupadas. Preferí ser yo misma quien los acariciase, primero suavemente, aprovechando el aceite que me permitía frotar con facilidad, al final, cuando la excitación llegó a su punto máximo, con pequeños pellizcos en los pezones que resbalaban entre mis dedos engrasados.

       Esperé hasta notar sus contracciones para dejarme ir poco después,  cayendo encima suyo totalmente exhausta.
       Oh, cariño, cada día lo haces mejor susurró en mi oreja mientras acariciaba mis glúteos.
      ¿Los masajes? Pregunté con una sonrisa pícara mientras elevaba las caderas para expulsarlo con suavidad.
       Todo cariño, todo contestó antes de besarme.