Resumen adaptado de la novela "Carmín, el lado oculto" Ver vídeo
—Estaba
pensando en hacerte un masaje de esos que te dejan súper relajada —contestó,
pasando un dedo por mi escote—. ¿Qué te parece?
Seguro que eso te hace olvidarlo todo.
—Ummm, eso suena muy
bien —reconocí, olvidándome de todo mi malestar ante tan dulce
expectativa, atrayéndolo hacia mí para besarlo —Pero
hoy me tocaba a mí darte el masaje.
Hacía
tiempo que nos habíamos acostumbrado a un masaje erótico las noches que él se
quedaba a dormir en casa, un día lo hacía el uno y al día siguiente el otro. Era
una hora de relajante placer que después se podía alargar hasta altas horas de
la noche. Las únicas normas eran que el que recibía el masaje no se podía mover
hasta que el otro lo permitiese, cosa que tengo que reconocer me daba cierto
poder sobre él, porque el cuerpo de la mujer tiene muchos más recursos.
Protegía
la cama para que el aceite no traspasase, unas cuantas velas en las mesitas y
una varita de incienso de canela que en pocos momentos impregnaba el aire de un
dulce olor. Programaba una música especial para masajes que duraba media hora
para que se fuese repitiendo, permitiéndome organizar el tiempo sin que él se
diese cuenta.
Jon
Bao (abrazo), es una música melodiosa de piano y arpa, que consigue penetrar en
la mente haciendo que los sonidos se transmitan a las manos y al resto del
cuerpo en movimientos rítmicos que se convierten en caricias llenas de armonía,
transportando al que las recibe, y también a quien lo da, a un mundo aparte.
Me
arrodillé en la cama totalmente desnuda, antes de que él se tendiese
ofreciéndome la espalda. Me gustaba ver sus ojos mientras frotaba mis manos y
mis brazos con aceite, cómo subía su excitación mientras él mismo untaba mis pechos
y mis genitales con el líquido tibio, sabiendo que utilizaría todas mis partes
engrasadas para masajearle después. Le besé dulcemente y le empujé hasta que
quedó totalmente tendido y expuesto a mi voluntad.
Dejé
caer el aceite sobre su piel y empecé a masajear su cuerpo, siguiendo el ritmo
de la música, repitiendo cada movimiento tres veces, primero amasando en sentido
ascendente muy lentamente, para volver a bajar con agilidad. Repetía los
movimientos en sus dedos, sus pies, sus pantorrillas…
Al
llegar a sus glúteos me arrodillé entre sus piernas abiertas y con ambas manos
acaricié sus nalgas con firmeza, sintiendo el calor que desprendía su piel. Seguí
una a una sus costillas, y mientras mis manos ascendían hacia sus hombros, mi
antebrazo le masajeaba con más fuerza en la espalda.
Me
dejé caer sobre él, deslizando mis pechos sobre la parte interna de sus
glúteos, intentando no tocar sus genitales, que permanecían aplastados sobre el
colchón, para no excitarle. Seguí resbalando con mi busto por su cintura, por
su espalda, frotando mis genitales en sus muslos. Mi cuerpo serpenteaba encima
del suyo y notaba su respiración agitarse, así que me quedé quieta acoplada a
su cuerpo, dedicándome a dejar que se relajase un poco bajando por sus brazos, friccionando
sus manos con las mías, sus dedos con mis dedos.
Para
acabar de eliminar su incipiente tensión empecé a masajear su cuello y su
cabeza con los dedos, estaba acabando la media hora de música y debía darse la
vuelta, no me podía arriesgar a que tuviese una erección y que todo se
acelerase. Me gustaba tener el control en mis manos, en mis pechos y en todo mi
cuerpo, saber que con mi roce podía controlar su excitación, provocándole un
placer moderado que poco a poco iba aumentando sus expectativas conforme lo
acariciaba.
—Date
la vuelta cariño —le susurré al oído mientras me incorporaba, dejándole
espacio para girarse.
—Ummmm
—dejó escapar un gemido, mezcla del estado aletargado en que
se encontraba y el disgusto por tener que girarse.
—¿No
quieres que te masajee por delante? —susurré sabiendo la
respuesta inmediata.
—Siiiii,
—balbuceó tendiéndose de espaldas con dificultad.
—Entonces tendré que volver a untarme —respondí mientras mis manos
engrasadas se deslizaban por mis pechos y mi vientre, sabiendo que él me
observaba con los ojos semicerrados y anhelantes.
Sonreí
satisfecha, dejando caer el aceite por su torso y por sus abdominales, viendo
cómo se escurría por su pene y sus testículos sin que yo los tocase, él dejó
escapar un murmullo de complacencia apenas perceptible, preludio de los que
vendrían después. Me volví a situar entre sus piernas para masajearlas, subí
por sus caderas, su abdomen y su pecho hasta llegar a su cara para masajear sus
sienes y sus orejas, tenía que mantenerlo relajado si quería evitar que su
incipiente erección impidiese llegar al final de manera precipitada.
Cuando
noté que su respiración volvía a ser pausada empecé a descender nuevamente por
su pecho y por su vientre. Levanté sus rodillas para poder acceder fácilmente a
la parte interna de sus glúteos, ya que había descubierto que esa caricia le
proporcionaba un inmenso placer. Mis dedos lubricados se movían con destreza
por su ano y su periné, notando como sus testículos empezaban a congestionarse.
Los
cogí entre mis manos y empecé a masajearlos con delicadeza, el dedo pulgar zigzagueando
por encima, el resto acariciando por debajo, atenta a su respuesta. Seguí
subiendo por su pene totalmente erecto, los dedos con movimientos serpenteantes,
deslizándose de abajo a arriba y otra vez de arriba hacia abajo, ayudada por el
aceite que me permitía frotar con firmeza y suavidad a la vez.
Dejé caer mis manos sobre la cama y atrapé su
miembro entre mis pechos, el aceite permitía que se deslizase fácilmente entre
ellos, era una sensación muy placentera también para mí. Subía y bajaba
sintiéndole resbalar, notando como la temperatura y la tensión se incrementaba.
Cuando noté que su erección palpitaba con fuerza, sin dejar de acariciarlo con
los pechos, atrapé su glande con la boca y empecé a trazar pequeños círculos
con la lengua, sabiendo que esta caricia era el principio del fin.
Sus
manos se posaron sobre mi cabeza, notaba que no podría contenerse mucho más,
por eso intervenía a pesar de saber que no podía hacerlo. Retiré sus manos y
ascendí apoyándome en ellas, frotando mi cuerpo sobre él en mi camino hacia su
boca, y mientras lo besaba seguía friccionando mis genitales sobre los suyos,
resbalando con facilidad mientras me estimulaba y notaba que mi propia
excitación se incrementaba.
Me
incliné para ponerme a horcajadas sobre él, dejándome caer con suavidad para
envainarle, sintiendo como entraba dentro de mí, resbaladizo, firme y, sobre
todo, ardiente. Sus manos se posaron sobre mis glúteos y empezaron a moverme rítmicamente,
notaba el fuego incrementarse dentro de mí, necesitaba que tocase mis pechos,
súperestimulados aún por el roce del masaje, pero sus manos estaban ocupadas.
Preferí ser yo misma quien los acariciase, primero suavemente, aprovechando el
aceite que me permitía frotar con facilidad, al final, cuando la excitación
llegó a su punto máximo, con pequeños pellizcos en los pezones que resbalaban
entre mis dedos engrasados.
Esperé
hasta notar sus contracciones para dejarme ir poco después, cayendo encima suyo totalmente exhausta.
—Oh,
cariño, cada día lo haces mejor —susurró en mi oreja
mientras acariciaba mis glúteos.
—¿Los
masajes? —Pregunté con una sonrisa pícara mientras elevaba las caderas
para expulsarlo con suavidad.
—Todo
cariño, todo —contestó antes de besarme.