miércoles, 23 de octubre de 2013

Esos dulces azotes que me encienden

Relato extraído de "Carmín, el lado oculto" Ver vídeo

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Llovía a raudales y me había dejado las ventanas abiertas así que subimos las escaleras corriendo y llegamos empapados y sudorosos, descalzándonos y cubriéndonos con una toalla para no mojarlo todo más de lo que ya estaba, esperando para ducharnos después de cerrar ventanas y secar suelo y muebles.

—¡Oh! mi pobre agenda, se ha corrido toda la tinta —ex­clamé secándola con la toalla que llevaba puesta alrededor del cuerpo, que cayó a mis pies dejándome totalmente desnuda.
—Ummm, me encanta verte limpiar —paró de secar el suelo con la fregona que llevaba en las manos para observarme.
—Tú tampoco estás mal pasando la fregona con esa toallita en la cintura —le pegué un cachete en el glúteo mientras me reía, porque la imagen realmente era muy sugerente.
—¿Me has pegado? —rió amenazador, soltándola para abrazarme por detrás e inmovilizarme.
—No te he pegado, sólo te he acariciado con fuerza —con­testé intentando escaparme—. Estás tan mono con esa toallita.
—No es cierto —me sujetó con más fuerza, riendo junto a mi oído—, me has pegado —mordió mi oreja un poco más fuerte de lo habitual.
—¡Ahhhh! —me quejé—. Animal —intenté, sin conseguirlo, separar lo sufi­ciente mis caderas para coger impulso y darle un golpe con mis glúteos en esa parte de la anatomía masculina donde más duele.
—Cariño, así lo único que estás consiguiendo es excitarme.
—Ya lo veo —contesté, cambiando de estrategia y frotándome contra la protuberancia que empezaba a crecer bajo la toalla, que milagrosamente conti­nuaba en su lugar.
—¿Si te suelto prometes no volverme a pegar? —preguntó poniendo una mano en mi vientre y atrayéndome más contra él.
—Lo intentaré, pero si el resultado es éste, tal vez debería seguir haciéndolo.
—¿Ah sí?, ¿estás agresiva hoy?, recuerda que soy más fuerte que tú —amenazó.
—No serás capaz —le reté.
—¿Quieres comprobarlo? —Preguntó mientras me cargaba al hombro y caminaba en dirección a la habitación, aguantando mis piernas con sus brazos mientras mi tronco colgaba por su espalda.
—¡Noooo! Me quejaba riendo mientras le seguía cacheteando en la espalda y los glúteos, ahora totalmente desnudos pues la toalla no había aguantado tanta presión.
—¿Y ahora qué? —me descargó sobre la cama y se colocó encima de mí, inmovilizándome las muñecas mientras me miraba burlón.
—Perdón, perdón —supliqué riendo—, no lo volveré a hacer más.
—Más te vale, si me vuelves a golpear no me reprimiré, me encantaría azotar ese culito maravilloso.

Y como si esa idea lo encendiese, se hundió en mi boca con fuerza, frotándose contra mí mientras me besaba con ardor. Lo abracé con las piernas y me acoplé a la intensidad de sus labios y su lengua, que parecían estar librando una batalla por invadirme.
—Eres una mandona —se separó para mirarme desafiante.
—No es cierto —volví a negar por enésima vez, ya que siempre que hacíamos el amor me decía lo mismo—, sólo soy apasionada.
—Yaaa, apasionada y dominante.
—Si tú lo dices —concedí mientras apretaba más mis piernas contra él.
—Lo bueno es que sé cómo desarmarte.
—¿Ah, sí?, ¿cómo? —Pregunté como si no lo supiese, aunque inmediatamente relajé mis piernas y dejé de inmovilizarlo.
—Cuando beso tu cuello pierdes todas tus fuerzas, es tu talón de Aquiles —dijo mientras lo recorría con un dedo.
—Me gusta que conozcas mis puntos débiles —respondí apartando el cabello para ofrecérselo—. Desármame.
—Hasta sin fuerzas te gusta mandar —susurró mientras empezaba a pasear sus labios en sentido descendente.

A partir de ese momento dejé de articular palabra, el único sonido que salía de mi boca era algún suspiro, que poco a poco fue subiendo de intensidad cuando la excitación fue apoderándose de mi cuerpo y anulando mi mente.

Era difícil mantenerse impasible a sus caricias, notar su boca recorriendo mi pecho con pequeños roces apenas perceptibles, consiguiendo despertarlos hasta hacerme desear que los succionase y lamiese con fuerza. Sentir sus dedos bajar por mi abdomen, pararse trazando insinuantes círculos para crear expectativas hasta conseguir que mi pelvis se elevase como si tuviera vida propia, exigiéndole más y más.

Notar sus manos apoyarse en mis muslos para separarlos, apreciar sus labios descendiendo con deliberada lentitud hasta de­te­nerse en el centro. Percibir su ávida lengua hacerse paso, separando con delicadeza los pliegues que se abrían para exhibir mis zonas más sensibles. Y, a partir de aquí, perder el mundo de vista y concentrarme sólo en la espiral de placer que crecía por momentos invadiéndome por completo, desatando emociones y sensaciones imposibles de controlar.
—¿Así que te gustan los cachetes? —Creí oír en algún momento.
—¿Qué? —pregunté sin entender muy bien lo que había dicho.
—¿Te gustaría que yo te diese unos cachetes?

Creo que en ese momento le habría dicho que sí a cualquier cosa, había parado de tocarme y yo sólo quería que siguiese, que me acariciase, que me penetrase, que me diese un cachete; pero que continuase con ese dulce martirio que podía frenarse en seco de un momento a otro si no continuaba estimulándome.
—¿Te gustaría? —Volvió a preguntar.
—Sí —respondí—, sigue por favor.
—No te he oído —dijo mientras me daba la vuelta e inclinaba mis caderas para penetrarme desde detrás.
—Sí, quiero —contesté mientras le sentía entrar dentro de mí, notando la fuerza de su penetración, mucho más profunda de lo habitual en su primera embestida.
—¿Qué es lo que quieres? —Preguntó mientras acercaba mi mano a mis genitales para que no dejase que mi excitación se perdiese.
—Quiero que me des un cachete —gemí, recuperando el frenesí de hacía unos momentos, con mi propia estimulación.
—¿Así? —Preguntó mientras dejaba caer su mano con suavidad.
—Sí, así —respondí sin apreciar apenas el golpe.
—¿O así? —Golpeó con más energía.
—Así, así me gusta más.
—¿Más? —Preguntó pasado un rato mientras con una mano aguantaba mis caderas para amortiguar sus acometidas y con la otra acariciaba mis glúteos.
—Sí —respondí, aunque en ese momento yo estaba tan concentrada en mi propio placer que había perdido la noción de si su mano había vuelto a descargar sobre mis nalgas.

Sentí su mano dar unos cuantos cachetes más, pero después me acariciaba suavemente y sentía un agradable cosquilleo que asombrosamente me encendía más y me empujaba al éxtasis que estaba a punto de llegar, mi respiración se agitaba por momentos y todo mi cuerpo se congestionó, perdiendo por unos instantes la noción de lo que estaba pasando.
—Oh nena, cuando siento que me aprietas de esta manera pierdo el control.
—Me gusta hacerte perder el control —contesté recuperando el dominio de mi cuerpo y apretando con fuerza mis músculos vaginales.
—No, no puedo más —Sentí su respiración alterarse violentamente, quedarse un momento inmóvil y las palpitaciones de su miembro presionando dentro de mí.

Me dejé caer boca abajo y él a mi lado, con un brazo alrededor de mi cintura mientras depositaba suaves besos en mis nalgas.
—¿No te he hecho daño verdad? —Preguntó preocupado.
—No más que yo a ti cariño —respondí con una sonrisa.
—No compares ratita —Abrió su mano y posó la mía, que parecía enana, encima de la suya.
—Está claro que no debo pelearme contigo, aunque estas “peleas” son bastante excitantes.
—¡Oh! nena, son muy, muy excitantes, habrá que repetirlo.

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